Al inicio, fue la magia. Luego, llegó la furia. En un cuarto de hora final demoledor de la primera parte, el Barça liquidó al ultradefensivo Levante con la precisión quirúrgica de Messi -regala goles a sus compañeros, sobre todo a Neymar, como si fueran chucherías en la puerta del colegio- y la contundencia en el remate de Rakitic. Una delicia de tanto el 0-1. El desmarque de Ney, el pase de Leo, la astucia del brasileño. Y un mensaje contundente el 0-2 demostrando que hay otros caminos para llegar al gol. No solo vale el pase.

Entre medio, Messi demostró que es humano porque falló, de manera muy extraña, un penalti. Tiene derecho a fallar todos los que quiera, pero hasta él mismo se sorprendió de que su zurdazo, también insólitamente furioso, como si le fuera la vida en él, se marchara a la grada del Ciutat de València. Él forzó la pena máxima, él forzó la expulsión de Vyntra tras un mágico pase bombeado, curvado, exquisito.... Y él erró. Pero el Barça de Luis Enrique, que vivió al borde del abismo en algunos ataques directos del Levante donde Mathieu sufrió más que de costumbre, obligado a defender en un latifundio -todo el campo azulgrana le pertenecía al francés y a Mascherano-, agobiado por la velocidad del pícaro Morales. Superada esa angustia inicial, gracias especialmente a la rapidez de Alba, más hombre bala que nunca, el equipo de Luis Enrique halló el sosiego en el pase de Messi. Un pase que vale un partido. Abierta la puerta del Levante, más que un equipo de Mendilibar -le encantaba presionar arriba-, parecía un equipo de Caparrós, todo fue más fluido. H