Hasta el partido del Bernabéu, el Barcelona funcionó y compitió bien, con un diseño algo más industrial y menos poético, pero funcionó. Pero en aquel partido a Luis Enrique le entró un ataque de entrenador y tocó lo que funcionaba y, a partir de esa derrota, todas sus decisiones estuvieron bajo sospecha, con el añadido de no saber cómo encajar a los tres de arriba con la presencia de Luis Suárez.

Luego explotó el polvorín y se reestructuró el esquema y la propuesta, algo en lo que posiblemente tuvo que ver el entonces entristecido Messi. Ahora ha cambiado su semblante y, cuando sonríe, los rivales sufren.

El ataque posicional es más fluido, con una iniciación pausada con progresivo aumento de la velocidad de circulación en campo rival. Desapareció la fórmula de jugar con los tres atacantes por dentro y, al abrir más el campo, los extremos descongestionan zonas interiores y los volantes gozan de más espacio y protagonismo.

Los tres centrocampistas pisan poco el área rival y todas las acciones de finalización quedan para los tres de arriba. Messi inicia desde la banda asociándose y habilitándose zonas de remate o trazando diagonales para atraer y juntar rivales buscando el pase definitivo o el cambio de orientación a Neymar.

El brasileño, mucho más liberado, tira también diagonales sin balón o limpia rivales en situaciones de uno contra uno en conducción. Suárez ofrece trabajo, presión, movimientos de apoyo y rupturas excelentes, asistencias, pero está fallando en la definición, faceta en la que siempre se mostró intachable.

En cuanto a la faceta defensiva cabe destacar el cambio de actitud tras pérdida para compactarse en la presión. La anticipación defensiva permite emboscar al rival empotrándolo en la banda donde tiene más difícil la salida. Otro aspecto mejorado es la estrategia a pelota parada. H