Resultó un ejercicio de oficio y de autoridad. Al inicio resistió, al final aplastó. Ese es el indestructible Barça de Valverde, quien con un cambio resolvió en Mestalla (entró Coutinho y marcó supliendo a un inoperante André Gomes) un partido áspero. Pero los azulgrana no entienden de noches tontas capaces como son de ir vaciando incluso el estadio valenciano, impotente la afición che al comprobar que es toda una roca. Hasta tuvo tiempo de debutar Yerry Mina en una noche redonda que lleva a la quinta final consecutiva de la Copa del Rey. Allí le espera el Sevilla, pero el campeón ya ha dejado bien claro que quiere conservar su trono el más tiempo posible. El 21 de abril le aguarda otra final de la que aún no se conoce el escenario. Pero allí estará el Barça.

ESPERAR Y VENCER / Gobernó siempre el equipo de Valverde, asustó el Valencia. El guión del partido respondió a todo lo que se podía esperar. Mestalla, que no se llenó, empujó a su equipo, pero la respuesta de los azulgrana fue una autoritaria salida tiranizando el balón. No habían pasado tres minutos de juego y el conjunto valencianista no sabía donde demonios estaba la pelota.

Pero un desajuste en la banda izquierda, era responsabilidad de André Gomes seguir a Gayà, generó el primer susto che. Un excelente cabezazo de Rodrigo fue repelido por el larguero de Cillessen. Era la prueba de que el Valencia se sentía cómodo en ese paisaje táctico donde el Barça se pasaba la pelota, una y otra vez, como si fuera un ataque estático de balonmano, pero sin chispa.

El balón iba de banda a banda hasta que Messi, cansado de los errores de André Gomes, decidió mirar más a la izquierda con Iniesta y Jordi Alba, pero sin desmelenarse en ningún momento para evitar que el Valencia tuviera opciones. Y cuando las tuvo, emergió la defensa o un galáctico Cillessen con una parada descomunal a Gayà.

EL ‘FACTOR COUTINHO’ / El Barça no quería desmelenarse. Y aún así, tuvo que correr hacia atrás en un par de ocasiones porque el Valencia supo detectar donde estaba el agujero negro. ¡Sí, era allí! Sergi Roberto estaba demasiado solo. Marcelino no sufría demasiado porque los azulgrana eran planos e insípidos. Sin regate, sin veneno alguno. Messi ya se olvidó, pero literalmente, de André Gomes y el Barcelona, con un Piqué renqueante, más preocupado, como es lógico de su rodilla, no estaba tranquilo. Rodrigo, y su gran movilidad, suponían una tortura para la estructura defensiva azulgrana porque estaban descolocados en el viaje de retorno hacia Cillessen.

Aplastaba con la posesión el equipo de Valverde, pero se minimizaba en el remate. Todo cambió, ¡y dé que manera!, en la segunda mitad cuando el Barcelona entró con tanta energía que Luis Suárez engañó a Garay para asistir, tal y como si estuvieran aún en el Liverpool, a su amigo Coutinho. El equipo de Valverde acalló para siempre Mestalla. Pero no se conformó con ganar 0-1. Ni mucho menos. Ese apetito voraz que le caracteriza no se termino hasta el último suspiro como demostró el delantero uruguayo robándole la pelota a Paulista para iniciar la jugada del 0-2, obra de Rakitic, premiando así su excelente partido.

Cuando apareció Coutinho se terminó la ilusión del Valencia y el Barcelona se cuela en la final de la Copa del Rey con un contundente 0-3, recompensando así el soberbio trabajo defensivo que ha levantado Valverde.