Dybala colocó a la Vechia Signora en el centro del paraíso, mientras el Barça, desnudo, débil, caótico e impotente, caía, de nuevo, en el infierno. No tuvo la grandeza que se le suponía. Ni tampoco entendió lo que le demandaba un partido de esta magnitud, tirando balonazos, transformado su estilo en algo tan terrenal que cualquiera, el sábado fue el Málaga y ayer la Juventus, lo desnuda en un santiamén. Turín pareció París. Bueno, lo fue. No es cuestión de ir invocando milagros que solo suceden una vez en la vida porque, en realidad, el verdadero milagro es que el Barça sea el Barça, derrumbándose de catástrofe en catástrofe hasta, tal vez, la derrota final.

No parece digno que un equipo como el de Luis Enrique, avisado como estaba (o debía estar) después de la catástrofe del Parque de los Príncipes, compareciera al norte de Italia con la lección sin aprender. A los siete minutos ya perdía por un gol que retrató la indolencia defensiva de un Barça que se supone campeón. Higuaín alzó la vista, sin que nadie le incomodara, detectó a Cuadrado en la banda derecha. El colombiano estaba allí solo, defendido con la mirada por un pasivo Mathieu. Con todo el tiempo del mundo encontró a Dybala y... gol.

La nueva joya argentina repitió marcando en el minuto 22 con un disparo envenenado y hermoso, que desnudó el entramado táctico de Luis Enrique, quien apostó por un asimétrico y a la vez caótico, 3-4-3.

En el otro área, cuando el Barça tuvo opción (Iniesta en la primera mitad y Luis Suárez en la segunda) topó con un descomunal Buffon. Y Chiellini se sumó a la fiesta anotando de cabeza el 3-0 (55’) ante un irreconocible rival.