La tarjeta roja directa que vio Daniele Bonera el pasado sábado en el Villamarín ha recrudecido el debate sobre el peso del color de las camisetas en el arbitraje español. Evidentemente, existe esa autocensura en los colegiados españoles a la hora de impartir justicia cuando se trata de futbolistas que visten las camisetas del Barça o el Real Madrid —incluso podríamos incluir al Atlético— y cuando hay que medir las infracciones del resto de los jugadores de la Liga. No vamos a discutir que la expulsión del central italiano del Villarreal fuera merecida. Sin duda, la acción de Bonera estaba más cerca del rojo que del amarillo. Lo que ocurre es que el agravio comparativo se hace demasiado evidente cuando tan solo dos días antes en el Camp Nou asistimos a una acción similar del barcelonista Sergi Roberto sobre el futbolista del Valencia Andreas Pereira, dos patadas calcadas pero con sentencias muy diferentes: la del azulgrana, con lesión de por medio, se quedó en amarilla, pese a ser mucho más ostensible que la que, por citar otro ejemplo, le valió a Raba perderse la última media hora del Villarreal-Barça y allanar la victoria de los de Valverde en La Cerámica.

Los futbolistas de la clase media no saben a qué atenerse, y ya no solo en acciones con balón de por medio. Solo hace falta ver el listón de los árbitros en cualquier discusión con jugadores de los grandes y la poca paciencia con el resto. Sánchez Arminio y Tebas, como cómplice que mira a otro lado, deberían hacérselo mirar.