Hablar del Castellón produce la misma sensación que cuando abres los ojos pero aún no estás despierto; lo mismo que cuando has bebido de más pero no estás ebrio, sino achispado, observando la realidad como difuminada. La que es y la que se entrevé. Aquí estamos, haciendo cuentas cara a la última jornada, con lo que puede pasar mañana, si Cruz y Cano-Coloma no se sacan otro recurso en el que ni el más avispado de los mortales ha caído antes, para estirar el chicle.

No llegar a cubrir una parte sustancial de la ampliación de capital conduce directamente a la liquidación. Al igual que el expediente de la Agencia Tributaria, que acumula meses sin ver un solo euro del Castellón. Sorprende el mayor de los ejercicios funambulistas de Cruz, que después de marear a unos y a otros, cual un ilusionista al que el truco de sus trucos se ve a la legua, haya agotado la paciencia de los sufridos candidatos a comprar un club en el que está de okupa, ejerciendo de amo sin haber desembolsado un euro. Y tan campante, oigan.

Y ahí sigue, sigue y sigue, con esos castillos en el aire tan suyos, soltando por ahí, a quien tenga todavía el infinito aguante de escucharle, que sí, que tiene un plan para la temporada que viene, que sumo de aquí y de allá, de las entradas de un play-off que ni siquiera está asegurado, de los derechos de formación de un futbolista que no está ni traspasado, buscando un campo alternativo por si el Ayuntamiento le corta el grifo de forma definitiva...