El psicólogo deportivo Pep Marí lleva años viviendo, ejerciendo, asesorando, ayudando, aconsejando al mundo del deporte. Marí accede a hablar del violento mundo verbal del fútbol por las muchas vueltas que le ha dado. Y se atreve a dar un par de ideas al respecto.

Primera: fórmula del cambio. «Queremos lograr un cambio: que la gente deje de insultar. Hay que tener en cuenta dos factores importantísimos. Primer factor: información o, incluso, formación. Lo típico, sí, ‘das un mal ejemplo a los niños’, ‘este comportamiento no lleva a ningún lado’…Y, segundo factor, ¡imprescindible!: consecuencias. Primera idea, pues, información+consecuencias=cambio. Si no hay consecuencias, no hay cambio, eso es evidente».

Ejemplos de lo expuesto. Aquel conductor loco, protagonista de una conducción veloz, sin sentido. Si no hay multas, no cambia su modo de conducir. Sin sanciones, no hay cambio. Hace dos semanas, un aficionado de los Sixers fue expulsado del Wells Fargo Center de Filadelfia por insultar, desde su asiento de la segunda fila del pabellón, a Russell Westbrook. «La entrada no te da derecho a insultar a la gente. Puede que sí te dé derecho a foguear tus tensiones, pero no a insultar ni faltar al respeto».

No pide Marí, no, que se llenen los estadios de policías. «No hace falta ser un chivato, hace falta ser responsable, amar el espectáculo, defender la imagen de tu club. Decenas de aficionados saben quien lanzó la bola de plata a Cillessen en Cornellà y, sin embargo, el Espanyol tardó días en decir que había localizado al hincha desmadrado». Y, si no te atreves a denunciarlo, como poco no le rías las gracias, aíslalo, que quede en evidencia él solito, destaca Marí.

La falta de consecuencias

En ese sentido, Marí coincide con aquellos que critican y/o denuncian el suave comportamiento de los grandes responsables del fútbol profesional desde la Federación hasta las propias estrellas del fútbol, pasando por la Liga de Fútbol Profesional y los grandes clubs.

Se han abierto muchas investigaciones por uno o varios comités y jamás ha ocurrido nada. Por eso no se nota el cambio. «Nadie con potestad -añade Marí—está interviniendo para que esos comportamientos tengan determinadas consecuencias para sus autores o los clubs que las toleran. No se debe tolerar que alguien se salte una línea roja que llamamos respeto». De nuevo, el ejemplo de la NBA.

Segundo apunte: prevenir. «Concepto clave: fanatismo. ¿Qué es un fanático? Fanático es una persona que todo su estado de ánimo, toda su autoestima, casi me atrevería a decir el sentido de su vida, se reduce a una sola acción, actividad, objetivo: mi autoestima depende de que gane mi equipo de fútbol. Mi vida, que no tiene demasiadas alegrías, depende de que gane mi equipo; si gana, soy feliz; si pierde, siento una frustración brutal porque se me desmonta el edificio».

Y la pregunta que surge inmediatamente es ¿por qué eso solo ocurre en el fútbol?. «Porque hemos convertido el deporte del fútbol en algo tan grande que solo el fútbol da sentido a mi vida, otorgándole una importancia tal, a nivel social, como para poder ser la mayor fuente de autoestima para una persona. Es irracional, pero ocurre».

Dependiendo de otros

Y es ahí donde a muchos nos sorprende, según el relato de Marí, que «la felicidad de una persona pueda depender de lo que haga un equipo de fútbol, sobre el que no podemos influir en nada ¡en nada!» Y, cuando no gana, pasa lo que pasa: llega la frustración del aficionado.

«Y esa frustración se saca de múltiples manera, algunas ciertamente incomprensibles, impropias de un ser humano y, a veces, la menor expresión es insultar. Si yo no me lo jugará todo a esa carta y mi vida tuviese otras fuentes de autoestima como familia, trabajo, amistades, diversiones, entretenimientos varios…, me tomaría el fútbol como lo que es ‘solo fútbol’, ‘solo deporte’, y, cuando perdiera mi equipo, me sentiría feliz por todo lo demás, muy feliz. Lo demás no tiene sentido».

Resumen: si mi felicidad depende de que gane mi equipo, si mi única fuente de autoestima depende de eso y mi equipo pierde, me desespero, pierdo el control, me convierto en un fanático, peor, en un hooligan, no soy racional. «No tiene ningún sentido poner tu felicidad en manos de alguien, llámese Leo Messi o Real Madrid, cuyo éxito en nada depende de ti».