Uno de los grandes vicios del fútbol es que el análisis siempre adquiere el tinte del último resultado. Un deporte pasional y visceral en el que muy pocas veces cabe el razonamiento frío ajeno a que el balón se mueva unos milímetros a la derecha o a la izquierda. La euforia de la victoria tapa en demasiadas oportunidades las goteras, y el pesimismo de la derrota es injusto muchas veces con el trabajo bien hecho. Por eso hoy, después de un triunfo del Villarreal ante el Mirandés, bueno en lo estético y mejor en lo cuantitativo, me parece el momento oportuno para analizar ciertas cuestiones de este arranque de competición del Submarino. Joaquín Caparrós fue víctima en el Villarreal de un negativismo exacerbado después del descenso a Segunda División hace ya 14 años. Se convirtió en una especie de bruja quemada en la hoguera popular porque la masa quería que alguien pagara por los pecados de aquel fracaso de la campaña anterior.

Después de 13 años de gloria por Europa y por España, el Villarreal se fue a Segunda de forma mucho menos inesperada que la primera vez. Y nuevamente el club se ha visto envuelto en una especie de tsunami derrotista que amenazaba con engullir todo lo bueno y lo malo que tiene este proyecto, bautizado desde minutos después del descenso en Mediterráneo como el Volveremos. En este caso la herencia negativa se podría bautizar como Garriditis.

A Julio Velázquez se le ha colocado la etiqueta de clon de Juan Carlos Garrido, que ahora mismo es como nombrar al demonio. Y no guarda ningún parecido con el técnico valenciano ni en lo bueno ni en lo malo. Velázquez es un chico educado, correcto y capaz de perdón en público como hizo el pasado lunes delante de sus jugadores, porque reconoció que su comportamiento en el banquillo del Nuevo Colombino no había sido, según él, el adecuado para un entrenador del Villarreal. Siempre he admirado la capacidad de pedir perdón del hombre, una cualidad en extinción. Como en todos los grupos de futbolistas, habrá quien le quiera más o le quiera menos, pero no existe una corriente negativa en su contra en la caseta. Todo lo contrario.

Tengo que reconocer que yo no hubiera apostado por Velázquez para la empresa del Volveremos, pero fundamentalmente por el razonamiento de que el lastre de la Garriditis se me antojaba muy pesado y habría preferido un técnico más experimentado. Sí, pero ahora solo anhelo que Julio Velázquez sea el hombre que lleve el Villarreal a Primera. Posee conocimientos, inteligencia y es un tipo honesto. No padezco el pecado de la envidia y por ello me alegro de que a sus 31 años se haya ganado el privilegio de entrenar al Villarreal. Estoy convencido de que las dudas habrán asaltado a la cúpula de mando del club en las últimas semanas, porque la Garriditis ha sido uno de los mayores errores de Fernando Roig. Pero todos debemos diferenciar muy bien y no mandar a las llamas a un técnico que no tiene culpa alguna de lo acontecido.

Y ahora analizaré si este Villarreal necesita refuerzos. Pienso lo mismo hoy, después del buen partido ante el Mirandés, que hace una semana tras la pésima imagen en Huelva. Sí que se necesita algún refuerzo en enero. El Villarreal padece un déficit de jugadores hábiles en el uno contra uno y con velocidad para potenciar su juego exterior, una faceta que le daría más alternativas al marcado juego interior que practica este equipo en el centro del campo. Y lo digo en el día en que Moi Gómez se destapó con un partidazo y en la tarde en la que Uche me recordó al extraordinario futbolista que me encantaba hace un lustro. Es mi análisis. El proyecto del Villarreal no tiene sentido en Segunda y hay que atar todos los cabos.

Pero a las brujas se las quema en la hoguera a final de temporada. Y hasta Torquemada daba un tiempo para demostrar la herejía. H