Cada uno le pondrá el adjetivo que quiera a la golitis del Villarreal CF: aguda o crónica. Es decir, de corta o de larga duración, si atendemos a las definiciones del diccionario.

Lo de aguda queda descartado, pues solo se ha marcado un gol en los últimos siete partidos. La enfermedad, definitivamente, es crónica. Lo peor es que los tratamientos -entiéndase las ocasiones- llaman a la esperanza, pero el resultado no llega; cosa que no ayuda en absoluto a mejorar en la confianza o la ansiedad del vestuario groguet.

A pesar de todo, el Villarreal compitió en el partido de las mil y una adversidades, salvadas con las cambios de posición, y a las que se unió la pérdida de Dorado.

El equipo consiguió arrancar los silbidos de Anoeta en el descanso y propusó más fútbol que la Real Sociedad en su casa. Y sería injusto no reconocerlo, cuando, con o sin acierto, los de Marcelino no cejan en el empeño por luchar y conseguir el objetivo. Más todavía cuando todos los días nos machacan con las bajas de uno o dos jugadores de los equipos llamados grandes. Aquí las camillas van llenas; todo un condicionante para el técnico del Submarino.

El punto sumado ante la Real Sociedad no sacia totalmente la sed, pero al menos habrá que quedarse con la esperanza de la ambición y las ganas que pone el equipo en cada partido que disputa, jornada tras jornada. H