Su imagen en el túnel de vestuarios antes de empezar la semifinal contra Inglaterra ya impactaba. Con la mirada fija apuntando al horizonte, concentrado al máximo, cabreado con el mundo. Mario Mandzukic (Slavonski Brod, 32 años) representa como nadie el orgullo y corazón croata. No tiene el talento de otros compañeros de generación como Modric, Rakitic y Perisic, pero es un guerrero incansable.

Desde pequeño tuvo que superar adversidades, vivió de cerca los disparos de la guerra y ahora es un ídolo. Su gol en el minuto 109 jamás lo olvidará. Los 4,2 millones de croatas, el segundo país menos poblado que alcanza la final de un Mundial tras Uruguay, tampoco.

Había comenzado la segunda parte de la prórroga y Croacia estaba encendida. Veía a Inglaterra destruida, pero faltaba el golpe final. Un cabezazo de Perisic al área pilló despistado al osado Stones y Mandzukic no falló. Era el gol de su vida, el tanto más importante de una dilatadísima trayectoria con más de una década en la selección y batallas en cuatro Ligas: Croacia (Dinamo de Zagreb), Alemania (Wolfsburgo, Bayern de Múnich), España (Atlético) e Italia (Juventus).

El año pasado marcó en la final de Champions contra el Madrid, pero su excelente tanto a Navas no sirvió de nada (4-1). También firmó un doblete este curso en el Bernabéu, de nuevo con final triste. La gloria la encontró en San Petersburgo.

Ese gol permitió superar el registro de sus maestros de 1998, aquella generación comandada por su gran referente, el exmadridista Davor Suker. «Mario es muy grande. Tiene los huevos como el toro que hay en las carreteras de Andalucía», dijo el presidente de la federación croata y pichichi del Mundial celebrado en Francia hace 20 años. «Es algo increíble. Creo que aún no somos conscientes de lo que está pasando. No es un milagro, pero hemos alcanzado algo que solo los grandes jugadores pueden conseguir. Es el triunfo del corazón. En la final saldremos como leones», reflexionó el héroe croata.

Los tatuajes del dolor / Esos momentos de éxtasis contrastan con el dolor de su infancia, marcada por la guerra de los Balcanes, igual que la de muchos compañeros, empezando por el capitán Modric. En sus tatuajes de los brazos y espalda quedan las marcas de aquellos tiempos, con frases de guerra que reflejan las duras experiencias de su vida.

Ese sangriento conflicto (1991-2001) llevó a su familia a Alemania. Allí dio sus primeros pasos en un club cercano a Stuttgart (TSF Ditzingen). Con 12 años volvió a casa y comenzó su camino en el NK Marsonia de la Segunda División. Sus peleas con entrenadores, árbitros o los propios compañeros han marcado su carrera.

EL ‘9’ FRaNCÉS / El domingo tendrá enfrente un ariete de similares características. Menos intimidante. Olivier Giroud, de 31 años, es el 9 de Francia. Aún no se ha estrenado, pero que sigue siendo una pieza indispensable para Deschamps. Fue suplente en el debut ante Australia, entró en el minuto 70 y ya no salió del once.

Diez goles lleva Francia en el Mundial y ninguno de su nueve, que ha rematado 14 veces sin ninguna puntería. Griezmann y Mbappé se llevan el protagonismo. «El equipo lo necesita aunque no haga goles, es útil en ataque, pero también en defensa», cuenta Deschamps. Las estadísticas no sustentan sus decisiones, ya que el jugador del Chelsea suma 465 minutos en el torneo (cerca de ocho horas) y un solo tiro a puerta. Una asistencia en el partido de octavos contra Argentina es su única aportación.

«Trato de generar espacios a mis socios y jugar para ellos. Es verdad que no he marcado pero he participado de alguna manera en tres goles de mi equipo. No me siento frustrado. Espero que llegue mi turno», asegura.