José Manuel Llaneza ha vivido muchos partidos importantes. Algunos con final feliz, como aquella primera gran alegría del ascenso a Primera en mayo de 1998; otros de tan infausto recuerdo como el que significó el descenso a Segunda en el 2012, ante el Atlético. Pero el partido más difícil de su vida se libró a finales de la pasada temporada, cuando el vicepresidente entró en el quirófano para someterse a una operación a corazón abierto. Y lo ganó por goleada.

“Estoy bien, gracias a Dios. He tenido la suerte de tener unos médicos sensacionales, los doctores Marco, Montero y Arnau, los anestesistas, el personal de La Fe, que ha tenido un comportamiento muy bueno. Y, sobre todo, una familia volcada conmigo, como un montón de amigos, muchos más de los que creía, que se han preocupado por mí. Eso da mucha moral”, dice Llaneza, agarrado a la vida con fuerza para “trabajar y a colaborar con los demás hasta que me toque pasar al otro lado”.

No ha perdido ni un ápice de vitalidad. Al contrario. “Cuando estaba en la habitación del hospital, incluso en la UCI, pensaba cuando salga de esta tengo que volcarme en muchas más cosas para los demás. Me lo he impuesto como obligación”. Por eso, nada más restablecerse puso todo su empeño en uno de los proyectos que más le ha llenado: Units per l’Esperança y el reto compartido con la Celtic Submarí de ayudar a los niños enfermos de cáncer a mejorar su calidad de vida.

“Nada más salir del hospital me reuní con la gente del proyecto y les dije que teníamos que empezar a movernos, que nadie nos traería el dinero a casa. Íbamos a sacar la metralleta, a atracar, a sacar dinero de donde sea”, recuerda el vicepresidente, muy feliz por “haber superado las previsiones iniciales” y agradecido con todos aquellos que han colaborado, “aficionados, empresas, la LFP, que se portó muy bien, y los clubs que nos ayudaron, dos equipos modestos, el Getafe y la Ponferradina”. “El resto, se olvidaron”, añade Llaneza con cierto resquemor, aunque su semblante vuelve a cambiar cuando recuerda el nuevo proyecto del club: “Traer a cada partido del Madrigal un autobús lleno de niños de Aspanion”, la asociación beneficiaria de todos los ingresos recaudados por Units per l’Esperança, iniciativa que comenzó a funcionar en el último encuentro ante el Madrid. “Me quedo con lo que me dijeron las doctoras tras el encuentro ante el Celtic. Habíamos ayudado más que cualquier medicina a que esos niños se recuperen”.

“El club debe hacer cosas para ayudar a los demás”, dice Llaneza, una máxima que comparte su presidente, Fernando Roig, “la persona de la que más he aprendido y que ha marcado mi vida en todos los sentidos”. La relación del vicepresidente con su jefe siempre ha trascendido a lo puramente deportivo. “No voy a decir la tontería de que es como Dios, pero sí es un superhombre, tanto en los negocios como en el ámbito familiar”, dice con admiración Llaneza, que también mantiene un estrecho contacto con el heredero, Fernando Roig Negueroles. “Tenemos una relación muy directa. Hablamos, cara a cara y por teléfono, no sé cuantas veces al día. Algunas estamos de acuerdo y otras no, pero es él el que toma las decisiones”, dice de su colaboración con el actual consejero delegado.

Su fidelidad a los Roig está fuera de toda duda. Ni siquiera cuando el Villarreal empezaba a hacerse un nombre en el fútbol español en gran parte gracias a su gestión, a Llaneza le entraron las dudas ante tentadoras ofertas. “Soy fiel a la gente que me ayuda y, además, ganar más dinero no me asegura la felicidad. Quedarme en este club para siempre ha sido mi gran acierto”. H