Las siete de la tarde del pasado domingo. Mestalla luce semivacío. Solo en la esquina del gol xicotet alt permanecen cantando y saltando cerca de mil aficionados del Villarreal. Abajo, en el césped, los jugadores del Submarino quieren prolongar la fiesta por la segunda victoria consecutiva en Mestalla y, sobre todo, por asegurar la quinta plaza que les deja por delante un verano cómodo. Allí está también el presidente, acompañando a Escribá en el último saludo a los seguidores desplazados a València; en un segundo plano, Roig Negueroles y Llaneza, los otros dos lados del triángulo mágico; utilleros, recuperadores, ayudantes…

Pero entre todos ellos destaca un joven con el 9 de Soldado a la espalda, barba de tres días, menudo. De repente se le ve volando, manteado por los jugadores. ¿Quién es este inesperado invitado en la fiesta final? Su nombre es Manu. Manuel Moreno. Tiene 29 años y acaba de terminar la carrera de periodismo. «Un futuro profesional complicado», reconoce, pero para una persona acostumbrada a luchar prácticamente desde su nacimiento no hay escollos grandes. Manu sufre artrogriposis múltiple congénita, enfermedad que le ha provocado una discapacidad del 77%, pero que no le impide viajar desde su ciudad, Cuenca, hasta Vila-real unas dos veces por semana. Ciudad Deportiva y Estadio de la Cerámica son sus dos destinos.

El pasado domingo vivió su última alegría con el Villarreal, aunque curiosamente su corazón groguet se forjó en una gran decepción. «Fue en la semifinal de la Champions, la del penalti de Riquelme. Cuando acabó el partido lloré y a partir de ahí supe que el Villarreal era el equipo de mi vida». Y a él se ha dedicado desde entonces. En el 2008 convenció a su padre, José Miguel, a quien hasta entonces el fútbol no atraía demasiado, para sacar los pases de abonado, en preferencia, donde Manu coloca la pancarta dedicada a Mateo Musanbauer, Musacchio, aunque ahora la tendrá «que quitar», dice medio en broma, aunque sin evitar entristecerse ante la marcha del argentino, uno de los primeros que le adoptó en el vestuario.

La motivación

«El primero fue Gonzalo», al que ha visitado esta temporada en Florencia. «Después hice amistad con Ibagaza, Pirès, Musacchio…», recuerda Manu, que la pasada temporada empezó a forjar una buena relación con Bruno, al que un día hizo llegar un vídeo en el que alentaba al equipo y a la afición ante el importante partido de Europa League ante el Steaua. «El capitán lo pasó al vestuario. Y les gustó». Siguió otro vídeo motivador, y dos más antes de la visita del Barça al Estadio de la Cerámica. Y otro alentando la remontada copera ante la Real… «Decidí parar, para no resultar pesado. Pero cuál fue mi sorpresa cuando Bruno me llama un día antes de un partido para decirme que el equipo está esperando el habitual vídeo. Desde entonces y hasta la última jornada, ante el Valencia, siempre lo han tenido», dice orgulloso este conquense de corazón amarillo.

El agradecimiento de la plantilla tuvo su reflejo en las celebraciones tras el 1-3 en Mestalla. Rukavina y Álvaro fueron a buscarle a la tribuna para que el speaker, como le llaman los futbolistas, se uniera al grupo y fuera uno más en la fiesta de la quinta plaza. «No me lo podía creer; parecía algo irreal, un sueño», dice Manu, que guardará para siempre ese momento, que no ha hecho más que reforzar su sentimiento groguet. La próxima temporada seguirá con su rutina: dos horas y media de coche dos veces por semana para estar con sus ídolos. Mientras, con su título de periodista bajo el brazo, no pierde la esperanza de trabajar algún día en el Villarreal. «Sería cumplir el sueño de mi vida».