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@jfdelaossa

Esta semana tropezaba por casualidad con una información que Mediterráneo publicó hace ahora justo 15 años. Bajo el título La evolución de los sueldos, el reportaje hacía referencia al declive del fútbol más modesto que por entonces, aún en la época de una economía española de vacas gordas, ya apuntaba, reflejado en lo que por entonces ya cobraban los jugadores de Tercera hacía abajo y lo que en aquel 2003 percibían.

Esta semana, el CD Castellón ha tratado de cerrar la incorporación de Cristian Herrera, segundo máximo goleador del grupo VI de Tercera con 14 tantos, en una transacción que el club lleva días tratando de cerrar por un montante de 10.000 euros (euro arriba, euro abajo). Dos décadas atrás, era lo que un jugador de la misma categoría percibía en media temporada (bueno, el equivalente en pesetas: 1,67 millones). Había equipos en Segunda Regional que desembolsaban cerca de 1.000 euros al mes a un futbolista. Ahora resulta impensable, pagando en el mejor de los casos la gasolina y nada más; asistiendo, temporada tras temporada, a la desaparición de clubs, sobre todo de los pueblos.

La semana pasada, mi compañero José Luis Lizarraga ya hablaba del peligro de burbuja en el fútbol, con traspasos de más de 100 millones de euros, los sueldos astronómicos de las grandes estrellas y, en definitiva, operaciones que se cierran por varias decenas de millones por futbolistas que apenas han despuntado. Eso por no hablar de ligas de países pujantes, como Estados Unidos y, últimamente, China, capaces de reventar el mercado. Lo último es la maniobra de LaLiga, que en plena disputa de la jornada, anunciaba la llegada de hasta nueve futbolistas saudís al fútbol español (a préstamo), en una operación de márketing increíble, que reportará un montón de millones de euros a los clubs en los que ha recalado (uno de ellos, el Villarreal, destino de Salem Al Dawsari), aunque con unos fines futbolísticos más que cuestionables, si los entrenadores pudieran hablar con total libertad.

LAS DOS CARAS DE LA RENTABILIDAD // No soy maniqueo, ni pienso que el fútbol es solo deporte ni tampoco creo que cualquier tiempo pasado fue mejor (en todos los ámbitos). No estoy anclado en los años 80 y 90, cuando la aparición de la Ley de las Sociedades Anónimas transformó, a peor, el fútbol español. No obstante, el otro extremo es el que estamos viviendo: operaciones rentables económicamente, pero que pervierten el espíritu que debe regir una competición deportiva.

Ya no me atrevo a hablar de un fútbol a dos velocidades, sino de dos mundos. Si un alienígena aterrizara mañana en un estadio de Primera y en otro, pongamos que de Preferente, se llevaría la impresión de que juegan a dos cosas diferentes, no solo por la abismal diferencia. Claro, luego todos los niños sueñan con ser Cristiano Ronaldo o Messi, con llegar a la élite para cobrar sin tener que preocuparte por el dinero (ni ellos ni varias generaciones posteriores), con vivir en un mundo completamente ajeno al del ciudadano normal, abandonando estudios y la formación... y al final llegan solo unos pocos, dejando un reguero de frustraciones. Un estudio reciente llegaba a la conclusión de que es más fácil que te toque la lotería que jugar en Primera División: son unos 450 privilegiados cuando el número de licencias en toda España supera las 700.000, así que el porcentaje es de apenas del 0,06%.