Solo pudo decir un expresivo «¡joder!» cuando un periodista le informó a Alejandro Valverde, en la meta de La Roche sur Yon (segunda etapa del Tour), que su amigo y paisano Luis León Sánchez se había caído y estaba en el hospital. Pero la cara de El Bala era de consternación. «Caídas las hubo, las hay y las habrá siempre. Es la velocidad». No quería entrar en el debate de si ahora, con menos ciclistas por equipo, de nueve a ocho, el Tour es más seguro. Se caen igual y arriesgan como se ha hecho en las últimas décadas.

Valverde acababa de cruzar la meta en séptima posición. Era el único de los astros de la general que había superado el tapón que se formó tras otra brutal caída, la última del día, en la penúltima curva antes de meta. Un montón de bicis esparcidas por el asfalto; unos que vuelan, otros que se restriegan por el suelo. Es la dureza del Tour. Son los nervios a flor de piel, como no se expresan en otras carreras. Estas cosas no pasan ni en la Vuelta ni en el Giro, por mucho encanto que tengan ambas carreras. Aquí todos quieren estar delante y no caben.

En el llano se sufre más que en la montaña, porque allí más de un centenar de corredores va a lo suyo, a subir sin perder los estribos y a que le cuenten cómo ha sido la etapa. Aquí, en los llanos de la región atlántica de La Vendée se rueda rápido pero seguro si se va escapado, como hizo Sylvain Chavanel por espacio de más de cien kilómetros.

contrarreloj por equipos / Y aquí, ayer, hoy, siempre desde que creció y se hizo ciclista, desde que el firmamento arcoíris se exhibe en su pecho, Peter Sagan demostró que es un astro en este tipo de etapas. Él nunca se cae y siempre está dispuesto a lanzar la caña y pescar una victoria, recompensada con el jersey amarillo que vestirá hoy en la contrarreloj por equipos, con ese poderío que solo él tiene en las llegadas masivas.

El Tour de Sagan es para jornadas como la vivida ayer. Él, de todas formas, obsequiará con alguna muestra de su repertorio en alguna etapa de montaña y luego esperará los Campos Elíseos, si es vestido de verde mucho mejor, antes de emprender nuevas aventuras ciclistas. ¿A ver si se adivina? Por ejemplo, apuntarse a la Vuelta para disputar la primera parte de la ronda española antes de partir a un Mundial de Innsbruck que no se ajusta para nada a sus características.

Luis León Sánchez, Luisle para todos, se fue llorando del Tour. Porque en este deporte, a diferencia de otros, no se fingen ni las lágrimas ni las caídas. Si te vas es porque te has dado un castañazo sublime, porque te has roto el codo y cuatro costillas y porque, lesionado y dolorido, aún tratas de subir de nuevo a la bici.

Valverde, en meta, sintió como si fueran suyas las heridas, las de un amigo, el que no ha podido convencerlo de que deje su Murcia del corazón para trasladarse a Andorra, donde vive Luisle. Un abandono... una lástima. Es el Tour para lo bueno y desgraciadamente para lo malo.