Sergio García ha entrado en el Olimpo del golf. Incluso más que eso, en la historia del deporte. La chaqueta verde a Augusta solo está reservada para los elegidos, y el de Borriol, a sus 37 años, ha conseguido ser uno más del selecto club. El desempate con el inglés Justin Rose, tras acabar la última de las cuatro jornadas del Masters igualdos con 279 golpes, acabó por coronar a Sergio. Después de casi 20 años —esta es su 18ª temporada como profesional— de espera el primer grande grandeya luce en la vitrina de trofeos del Genio de La Coma.

En un momento tan especial como el de levantar el título más prestigioso que otorga el golf mundial, Sergio García aparcó el ego para mostrar su cara más humilde. «Sigo siendo el mismo», apuntó tras inscribir su nombre en Augusta y brindar el éxito a todas las personas que siguieron confiando en él aún en los peores momentos, cuando los triunfos no llegaban —pasó tres años, del 2008 al 2011 sin victorias—.

«Estoy orgulloso y no solo por cómo he estado en el campo y he lidiado con todo, sino por todos aquellos que me han apoyado y han estado ahí desde el inicio de mi carrera», apuntaba el borriolense, que tuvo en vilo a miles de castellonenses, pegados al televisor o enganchados a internet, en la madrugada del domingo al lunes. La nocturnidad no rebajó ni un ápice la intensidad con la que toda una provincia y todo un país celebró una nueva gesta en Augusta. La primera llegó en 1980, el año de nacimiento de Sergio, de la mano del recordado Severiano Ballesteros. «Estoy seguro que Seve me ayudó en algunos golpes», homenajeó el borriolense —que miró al cielo al recoger su trofeo— al cántabro, también vencedor en Augusta en 1983. Olazábal es la otra leyenda española en el campo del estado de Georgia (EEUU), con otras dos chaquetas verdes sobre sus hombros (1994 y 1999).

Sergio ha hecho historia, y también se ha quitado un peso de encima, sobre todo en las ruedas de prensa previas a los majors: «Ya no tendré que volver a responder nunca más si soy el mejor jugador que no ha ganado nunca un grande». «A lo mejor, ahora tendré que responder si soy el mejor jugador que solo ha ganado uno, pero podré vivir con eso», bromeaba el borriolense, que mucha veces se había preguntado «si iba a ganar un grande». «Ahora pienso diferente, más en positivo», recalca.

LA RECONCILIACIÓN

Ese positivismo fue el que le permitió reconciliarse con el escenario que ayer le dio la gloria, después de muchos sinsabores que provocaron que se sintiera «incómodo en Augusta». «Hace tres o cuatro años hice las paces, empecé a aceptar que Augusta te da lo mismo que te quita... Y aquí estoy, con esta chaqueta», explica El Niño, el sobrenombre con el que la afición norteamericana le conoce desde sus inicios. Aquel niño que soñaba con emular las gestas de Seve y Olazabal, «mis ídolos cuando era pequeño», y que ha pegado el estirón definitivo para situarse a la altura de los más grandes. «He conseguido lo que creo que merecía desde hace hace tiempo». Sin duda, el golf ha hecho justicia.