Jugó Messi de Messi. En realidad, jugó de todo. De líder tiranizando el partido con un dominio insultante ejerciendo funciones que se le suponían en su día a Xavi o ahora a Iniesta. Y en campos estrechos, pequeños, vericuetos donde parece que no existe salidas ni atajos posibles, emergió el Messi asistente, ese futbolista que oteó latifundios donde otros solo ven atascos de piernas y botas. A partir de ese momento, el Barça aplastó al Eibar con una exhibición de fútbol -hasta un 0-4 puede quedarse corto-, permitiendo, además, el reencuentro con el gol del tridente. En el 2017, había dado síntomas el equipo de Luis Enrique de que había hallado la senda. Ahora, ya no son solo sensaciones sino certezas auténticas, demostrando el Barça que ha recobrado el pulso que había perdido, el pulso de la presión, ese detalle que es mucho más que táctico para acreditar que tiene hambre. Mucha hambre. Y en cada balón que peleó con el Eibar se dejó el alma, signo de que no se rinde, asimilando que el Madrid emite síntomas de que ha perdido la contundencia que tenía.

DESCANSO PARA PIQUÉ // A su manera, Luis Enrique ha llevado al Barça a donde quería. A finales de enero, rotando más de lo que parece, dando hasta descanso a Piqué, permitiéndose aparecer en Ipurua con una pareja inédita de centrales con dos zurdos: Umtiti, de central diestro, y Mathieu. A partir de una alineación singular, no era habitual ver a Arda Turan asumir el rol de Iniesta (interior zurdo), algo que no ocurría desde la visita a Gijón a finales de septiembre. Pero lo que son las cosas, se lesionó Busquets, salió Denis para abrir la lata con un tiro lejano y acto seguido Messi decidió convertirse en mediocampista, regalando asistencias como si fueran golosinas.