El Villarreal volvió a conjugar el verbo ganar después de cuatro partidos (tres de liga y uno de Europa League) sin conocer la victoria. Y el triunfo ante el Getafe fue más complicado de lo que en un inicio parecía por el 2-0 que reflejaba el marcador en el minuto 42, pero sobre todo por la sensación de superioridad que había transmitido el Villarreal en el primer acto del partido y en los albores del segundo. Pero los tres puntos dan oxígeno, tranquilidad y más tiempo para que Marcelino pueda recuperar a algunos de sus hombres importantes y que conforman la columna vertebral de lo que podía llamarse once de gala del Villarreal.

¿Se imaginan al Real Madrid sin Cristiano Ronaldo, Kroos, Benzema o Bale? ¿O al Barcelona sin Messi, Neymar, Rakitic y Mascherano? Anoche el Villarreal alineó un once sin cinco de sus futbolistas más importantes: Musacchio, Bruno, Cani, Gio y Jonathan. El virus FIFA dejó el regalo de las bajas del delantero mexicano y la de su gran capitán, que se unía a la suplencia del hermano de Gio por molestias físicas. Al margen, la ya larga y llorada baja de Musacchio. Marcelino combatió el virus con una vacuna llamada juventud. El capitán del equipo, y el más veterano en cuanto a estancia en el club, tenía ayer solo 23 años y es uno de los estandartes de la cantera amarilla: Mario. El once contra el Getafe apenas superaba los 23,5 años de edad de media y su futbolista más mayor era Pina con 27 años.

Al Villarreal le costó meterse en el partido. El Getafe ofreció buenas vibraciones al principio haciendo gala de la velocidad de sus hombres de segunda línea como el marfileño Yoda y el colombiano Freddy Hinestroza. Un par de arrancadas a la contra generaron cierta inseguridad en el sistema defensivo del Villarreal. Al equipo de Marcelino le costó asentarse en el terreno de juego y coger el poso necesario para controlar el partido. Hasta que Manu Trigueros asumió los galones del ausente Bruno y se convirtió en la matería gris de un Villarreal cuyo juego basculó alrededor de su figura. A su lado, Pina dio músculo al equipo y supo ejercer de escolta y termostato del Submarino en la medular. En los costados, Cheryshev y Moi trenzaron ese fútbol más visceral y menos científico, pero con mucho desborde y velocidad, cualidades necesarias para romper a los rivales. En ataque, Gerard Moreno se movió con inteligencia formando una buena pareja de ataque con el argentino Luciano Vietto. El síndrome traumático de jugar sin Bruno duró cerca de media hora, pero se superó a base de goles.

Súper Mario se subió a su AVE particular por el carril derecho, con ese torrente de fuerza, velocidad y potencia que le distinguen, e inauguró el marcador a los 37 minutos, leyendo con inteligencia un pase interior sobre el área de Vietto. El Villarreal cogía aire, pero sobre todo confianza, después de una mala racha de resultados. El gol alimentó la autoestima y el Getafe ya anduvo a rebufo todo el partido. El segundo rondó la portería de Guaita hasta que a tres minutos del descanso una acción de Cheryshev culminó con el remate de Gerard Moreno, que dejaba a los madrileños casi vistos para sentencia en el 42.

SIN RESPIRO // La segunda parte se encaraba con tranquilidad aparente, que no fue tal. Después de un primer cuarto de hora en el que los amarillos desbordaron al Getafe y el tercer gol estuvo a punto de caer, los azulones se metieron en el partido casi sin quererlo… y merecerlo. Un tiro sin aparente peligro desde la frontal del área de Lacen pilló a Asenjo tapado por su defensa y el balón entró sin demasiada potencia en su portería. Restaba media hora de partido y el Getafe, que estaba KO, regresaba a la vida. El 2-1 devolvía la emoción al encuentro y enseñaba que en Primera ni hay partido fácil ni rival débil. El equipo de Marcelino pasó por unos minutos de desorientación, lo que unido a lo estrecho del marcador, situaban el partido en la peligrosa frontera del empate, un terreno que ya ha pisado en varias ocasiones el Villarreal.

El Getafe, un equipo que también maneja bien el balón y que sabe jugar, lo intentó hasta el final. No con demasiado peligro, pero sí con aproximaciones al área que hicieron florecer los nervios y la inquietud en la grada. El Villarreal llegó muy justo al final del partido, con un rival que le sorprendió a la contra en el tiempo del descuento con las líneas un tanto descolocadas, y esperando el pitido final como si fuera una bendición divina.

El Submarino del tramo final recordó bastante al de Zúrich o al del Valencia. La victoria da aire, pero todavía quedan detalles que corregir, a la espera de que Marcelino pueda rearmar su plantilla con sus mejores hombres. H