El Villarreal se despidió sin pena ni gloria de la Champions. El único consuelo es que el fracaso de esta previa se saldará con jugar la Europa League, que significa volver a estar en Europa. Pero lo preocupante, y lo que se debe analizar, es la falta de competitividad demostrada anoche en Mónaco. Sirve de atenuante la larga lista de bajas y también los dos graves errores arbitrales al no señalar un claro penalti de Raggi y penalizar a los amarillos en el último minuto con uno inexistente de Musacchio que propició la victoria del Mónaco por 1-0.

Pero la imagen del Villarreal no estuvo casi nunca a la altura esperada de un equipo cuyo sueño era jugar la Champions. En ningún momento se le vio con la actitud y la aptitud necesarias para ello. El Submarino continúa en construcción y en plena pretemporada. Es el mejor resumen que se puede hacer después de la derrota de Mónaco. Al nuevo técnico le queda mucho trabajo, pero entre las cuestiones que debe mejorar se halla la intensidad perdida y ese plus de competitividad que tenía el año pasado. No hay que encender alarmas, solo ocuparse en que no se enciendan.

Borré erró una jugada impropia de un delantero de primer nivel con toda la ventaja para batir a Subasic y mucho tiempo para marcarle por la derecha o por la izquierda... Y al final el defensa rival fue el que despejó el balón al centro de la portería. Un fallo imperdonable. Tanto como el penalti que el sueco Eriksson no quiso ver por unas manos clarísimas dentro del área con el brazo totalmente despegado del cuerpo de Raggi. Otro error impropio de una previa de la máxima competición europea por clubs.

Igual que tampoco fue propia de esta competición la primera parte de un Villarreal timorato, conservador, errático y ofreciendo una impresión de ser un equipo que todavía se halla en el primer mes de pretemporada por la falta de frescura física que transmitió. En este caso era complicado discernir si no funcionaba la cabeza porque las piernas no respondían, o si las ideas no fluían por esa carencia de aire fresco.

solo un cambio // La puesta en escena de Escribá se tradujo en un 4-4-2 con solo un cambio respecto al partido de ida: la entrada de Víctor Ruiz por N’Diayé. Igual que el Mónaco, que solo sustituyó al expulsado Mendy por Sidibé.

El Villarreal saltó al campo muy encogido. La presión arriba de los monegascos dificultó enormemente la salida de balón desde atrás. Por los primeros minutos de juego no daba la sensación de que el Mónaco tuviera ventaja y el Submarino debiera de marcar dos goles, como mínimo, para voltear esta previa de Champions. Al equipo de Escribá le costaba un mundo tener el balón y parecía amedrentado defendiendo en su campo la posesión de la pelota de su rival, para quien el paso de los minutos era acercarse un poco más al sorteo de mañana en el Forum Grimaldi.

Le faltó un punto de intensidad a los amarillos y esto lo que aprovechó el conjunto de Jardim para poner en apuros a Asenjo, como sucedió en un tiro de Lemar que a punto estuvo de adelantar a los locales. El Villarreal no defendía bien, tampoco presionaba al rival con la vehemencia necesaria y no poseía la lucidez para alcanzar el área del Mónaco con los mínimos signos de poner en aprietos a Subasic. Solo en los últimos siete u ocho minutos finales del primer tiempo apareció en escena un Villarreal peligroso y que le enseñó los dientes al conjunto del Principado, aunque sin acierto.

POCA INTENSIDAD // Escribá lo vio mal. Desde el banquillo intentó inyectar esa dosis de garra y ambición a los suyos. No hizo cambios. Los amarillos empezaron por lo básico: tener el balón. Con la posesión, apenas se pasó por apuros atrás, salvo alguna aislada acción a la contra bien abortada por Musacchio o Víctor Ruiz. Pero no era suficiente con estar en contacto con la pelota, si no se sabía qué hacer con ella.

Al Mónaco le bastó con replegarse ordenadamente en su mediocampo para contener a un Villarreal sin chispa y con una imagen muy alejada del equipo que peleó la temporada pasada por esa cuarta plaza que le otorgaba como premio la opción de disputar la Liga de Campeones. Los minutos transcurrían con absoluta relajación. Parecía un partido más de pretemporada en el que no había nada en juego. El Submarino era un equipo acomodado, feliz con el 0-0 y que se conformaba con ese marcador que no le servía de nada... O solo para continuar ultimando la puesta a punto del equipo. El problema es que la Champions se escurría por el desagüe con el movimiento aburrido de las agujas del reloj.

Los amarillos jugaban a un ritmo tan cansino que el milagro hubiera sido marcar un gol. Ni una aproximación con peligro, excepto un tiro desviado de Borré al que calificar como ocasión era una generosidad excesiva.

El Villarreal se mostraba totalmente rendido y sin recursos, superado por un rival que se encontró con el regalo de un oponente rendido a su propia impotencia. Escribá tampoco tenía demasiados efectivos en el banquillo para reactivar el partido y tuvo que echar mano de Jaume Costa, Leo Suárez y N’Diayé.

ERROR // Y para colmo, otro error impresentable del colegiado sueco, que vio unas manos de Musacchio en el área cuando el balón le pegó claramente en la espalda. Su arbitraje de anoche no estuvo a la altura de la competición. El Villarreal, por desgracia, tampoco. Por ello, ni los errores arbitrales sirven de excusa. No se puede jugar a ese ritmo y con tan poca intensidad una eliminatoria tan importante para el club. La sensación que dio es que el equipo continúa en pretemporada. H