La moneda volvió a caer del lado del Barcelona. Fue un partido de alta tensión, intenso, apretado, igualado hasta el detalle, que estuvo con resultado incierto y que pudo decantarse a favor de cualquiera de los dos rivales, pero igual que la temporada pasada la suerte se enamoró del Barcelona. Hace unos meses fueron dos autogoles los que marcaron el signo del encuentro. Ayer, tres postes protegieron al portero azulgrana, Claudio Bravo. La lesión de Jaume Costa, con Jokic también fuera de combate y fuera de la convocatoria por problemas físicos en su rodilla, obligó al Villarreal a alinear a Gabriel en el lateral izquierdo y el equipo de Luis Enrique encontró una pequeña fisura en lo que hasta entonces había sido una roca indestructible. El Barça se probó a sí mismo y tuvo que emplearse a un altísimo nivel para derrotar a un Villarreal que se estrelló en los palos.

Dos de los equipos con más talento y con una mejor apuesta por la plasticidad de su fútbol se medían el Madrigal en la segunda jornada de Liga. Con esa tarjeta de presentación, cualquiera habría vaticinado un partido de marcado carácter ofensivo y repleto de detalles para la galería. Los augurios no se cumplieron. Con tal densidad de futbolistas con talento por metro cuadrado en el césped del Madrigal, el partido destacó por la eficacia máxima del juego defensivo. La intensidad fue alta, la concentración con la que los 22 futbolistas se emplearon era comparable a la de una final de un Mundial, igual que el respeto que ambos conjuntos se profesaron. Los artistas cambiaron el pincel por la brocha y corrieron y corrieron, pero la genialidad quedó aparcada por el esfuerzo físico y la disciplina.

El juego defensivo del Villarreal merecía la calificación de cum laude. Otra cuestión era el acierto y la precisión, facetas en la que los amarillos no tuvieron especialmente su mejor tarde.

Marcelino introdujo alguna variación táctica ante la visita del Barcelona, como ya hiciera la temporada pasada en los choques ante los grandes de la Liga. Del 4-4-2 habitual se pasó a un 4-3-2-1, con Pina, Manu Trigueros y Bruno como mediocentros, con Cani y Cheryshev ejerciendo de enlaces de Gio, el único delantero. Luis Enrique apostó por un 4-3-3 con constantes permutas e intercambios de posiciones. Este es otro Barça distinto al de la temporada pasada. Juega con una intensidad diferente e imprime más ritmo y carácter. Y luego tiene a Messi, a quien el Villarreal intentó cortocircuitar con un entramado de coberturas especiales. Pero Messi es Messi y desde su altar permanente se halla por encima de lo divino y de lo humano. El 10 estuvo a punto de marcar a la media hora, pero Trigueros evitó el gol, estrellando el balón en el poste de la portería amarilla. Previamente, Sergio Asenjo se puso el traje de ángel y voló para enviar al limbo un tiro envenenado de Pedro. El Villarreal se multiplicaba para mantener a raya al Barça; la pena es que de medio campo hacia arriba le faltó inspiración.

LA BAZA DEL AZAR // La tensión se cortaba con el filo de una navaja. La igualdad era máxima. La moneda podía caer de un lado o de otro indistintamente. El Villarreal continuó tratando de tú a tú al Barcelona. El partido se iba a decidir por un detalle y por un destello de suerte. El mismo azar que la temporada se vistió de azulgrana cuando los amarillos ganaban por 2-0 y dos autogoles destrozaron al Submarino.

El Barça se empleó al 110%. Jugó un partido de últimas rondas de Champions en los albores de la Liga. De otra forma, hubiera caído arrodillado ante la garra, el hambre y la ilusión de un Villarreal que compite y compite, pelea y pelea y nunca, nunca, da su brazo a torcer. La suerte fue esquiva en dos balones que los postes de la portería de Claudio Bravo escupieron in extremis a un despeje de Mathieu y a un disparo de Tomás Pina. Marcelino se vio en la obligación de sacar al campo a Gabriel por el lesionado Jaume Costa y por el carril izquierdo sufrió el Villarreal. Es el precio de la Liga del duopolio, la de las grandes diferencias.

GOLPE DEFINITIVO // El partido estaba completamente abierto. Podía ganar el Villarreal, y podía ganar el Barcelona. Sandro --uno de los canteranos de la nueva hornada azulgrana al que Luis Enrique está dando protagonismo-- tiró la moneda al aire... y, desgraciadamente, esta cayó del lado azulgrana. Un mazazo injusto ya en el minuto 81 del encuentro para un Villarreal que mantuvo la pelea y la incertidumbre --Gio tuvo cerca la igualada tan solo tres minutos después-- hasta el último suspiro. El Barcelona celebró el sufrido triunfo con euforia. El Villarreal mereció mucho más premio a su incansable trabajo. H