Era la vuelta, el reestreno esperado en Europa y contra un equipo alemán de gran pasado y prometedor presente. Pero también fue un partido extraño el de ayer, con sabor agridulce por momentos; con el tópico de la racionalidad alemana llamando al desorden del contragolpe ante un Villarreal que reclamaba a la razón y que no acababa ni de encontrarse ni de finalizar.

Y en un gran escenario, contra ese rival de difícil pronunciación, el Villarreal se reconoció a sí mismo en el segundo tiempo, reaccionando con fe y sufrimiento. Todo un mérito. Los cambios permitieron al Villarreal reencontrar su personalidad, con la conexión Cani-Cheryshev, con la dosis de raciocinio en el trato del balón que plasma Manu Trigueros y su arrojo en el pase del gol del empate de Uche. De la amargura, o temores, de los primeros 45 minutos, a la reacción y la alegría del gol.

Alegría efímera para el nigeriano tantas veces criticado y que ayer, en un minuto, pasó del banquillo a la gloria para acabar en el infierno de la lesión (que afectó a los planes de Marcelino), consciente que la finalización, que reclamaba el entrenador en la previa, no podía quedar estéril.

El Villarreal reaccionó, remontó, empató y desmoronó el tópico que en su día estableció Gary Linecker: “En el futbol juegan once y ganan los alemanes”. Punto dulce y sufrido para los groguets. Regusto agrio, para los de Mönchengladbach. H