En la medular no había más ley que la que instruía el catedrático Senna, que volvió a dar una lección de honradez y sacrificio a sus 36 años. La presencia de Camuñas en la medular era la sorpresa que se reservaba Molina, quien optó por dar descanso a Cani.

El Villarreal tocaba y tocaba el balón, un movimiento que encendía la caldera de la Romareda, un estadio en el que los partidos se convierten en una manifestación en la grada contra del propietario del Zaragoza. Pero al Submarino le faltó, como en otros partidos de esta temporada, ese instinto letal que decanta la balanza aun cuando el día no es el propicio. Nilmar dispuso de dos claras ocasiones para apuntillar y finiquitar el encuentro… y el Zaragoza, casi sin quererlo, se agarró a la vida. Hasta dispuso de su opción de empatar al filo del descanso en un tiro de Abraham que Gonzalo sacó bajo palos in extremis.

BAJÓN AMARILLO // El Villarreal fue a menos en la segunda parte, con un conformismo que dibuja las carencias de coraje, garra y oficio de este equipo, y consiguió despertar a un Zaragoza que estaba entregado y comenzaba a confiar en sus posibilidades. Los amarillos jugaban con fuego. Y entonces el muerto resucitó. Hasta el punto de que el Zaragoza tomó el mando reactivado por los tres cambios que ordenó Jiménez. Al Villarreal le faltaba agresividad. Demasiados adornos y virtuosismos, pero muy poca ambición y una exasperante relajación se convertían en las señas de identidad de un Villarreal amanerado y acomodado y que le convierten en un equipo muy vulnerable cada vez que actúa lejos del Madrigal. Y la afición maña empezó también a creérselo y a empujar a los suyos, que pusieron en aprietos a los de Molina. El choque se ubicó más cerca del empate que del 0-2 con un Villarreal que ya iba a remolque del rival.

SORPRESA FINAL // El equipo de Molina se empleaba con la misma actitud que se juega un partido de veteranos. El Zaragoza equilibraba el partido con un trallazo de Luis García a seis minutos del final. El Villarreal mantuvo su arrogancia y se permitió de nuevo el lujo de fallar, con Borja de protagonista, otra oportunidad con sello de gol. Pero lo peor estaba por llegar. Nadie en la Romareda hubiera soñado con un triunfo local ni en el más optimista de sus vaticinios. Y, sin embargo, Abraham, en la prolongación, logró que el Zaragoza sacara billete para seguir sufriendo; el Villarreal lo hacía para asegurarse un final de Liga infarto. Un duro golpe para los amarillos. Uno más. H

El Villarreal sacó en Zaragoza un billete en primera clase para sufrir. El termómetro marcó en la Romareda que las aspiraciones de este equipo no van más allá de la permanencia. La derrota ante un colista hundido e inmerso en una grave crisis institucional fue un duro golpe para un Submarino que hubiera podido engancharse todavía al tren europeo con una victoria en la mañana de ayer. La falta de carácter y raza que exhibió el Villarreal en Zaragoza ha sido la constante de este grupo que ahora dirige Molina durante toda la temporada y que se vio agravada en la segunda parte, en la que los amarillos bajaron lamentablemente los brazos. Los tropiezos de los directos rivales en la lucha por evitar el descenso fueron lo mejor de la jornada y hacen posible que el Villarreal no durmiera anoche en los tres últimos puestos. Con el currículo y la calidad no basta para ganar y el déficit de carácter de este equipo es tan alto como la deuda de Grecia.

El Zaragoza era un equipo sin constantes vitales que se mantenía con vida casi de forma artificial. El Villarreal solo tenía que plantear el partido con orden defensivo e insuflar un mínimo de intensidad y concentración en su juego para cumplir con el objetivo de sumar los tres puntos. El tempranero gol del argentino Martinuccio, al cuarto de hora, contribuía a desconectar a los maños del aparato al que se agarraba ese fino hilo de existencia que mantiene en pie al equipo de Manolo Jiménez. Los amarillos triangulaban bien el balón y utilizaban las bandas con inteligencia. Las irrupciones tanto de Ángel como de Jaume Costa destrozaban a un débil Zaragoza.