La cigala es un marisco de la familia de los crustáceos marinos, que se clasifican en alargados (cigala, bogavante, gamba, langosta, langostino) y cortos (cangrejo, nécoras, centollo y percebes), en función del tamaño del cuerpo.

Gastronómicamente es el que menos calorías tiene, su nutriente principal son las proteínas y es muy baja en grasas. Las cigalas pueden prepararse de muchas formas (cocinadas de forma sencilla, bien cocidas o a la plancha), y constituyen un plato sofisticado de los mejores chefs. Su aroma, sabor y textura las hacen especiales. Son únicas y las combinaciones resultantes exquisitas, tanto en platos fríos como calientes.

La cigala aguanta poco fuera de su hábitat y es difícil encontrarla viva a la venta, aunque a los mercados municipales de nuestra ciudad, debido a su proximidad al mar y a la lonja, suelen llegar vivas.

A la hora de comprarla es importante detectar si son frescas o no. Son signos de frescura un caparazón rosáceo y resistente, ojos brillantes de intenso color negro, olor agradable y patas bien sujetas al cuerpo. Se vende fresca o congelada y su precio oscila en función del tamaño de la pieza.

Tiene una bonita forma alargada, con un caparazón liso de color anaranjado. De su cuerpo salen 10 patas y dos potentes pinzas, que le sirven para comer y defenderse. La carne que contiene, sobre todo en la cola, es muy apreciada, como la de las pinzas, más escasa y de difícil acceso.

La cigala es habitual en las costas de Europa Occidental y suele vivir en los fondos blandos y lodosos carentes de algas. Es muy abundante en el Atlántico y el Mediterráneo, pero estas son de menor tamaño. Es un animal solitario y un gran depredador que se alimenta de moluscos. Las hembras de este crustáceo pueden llegar a poner 4.000 huevos cada dos años. Los transportan en sus patas durante 9 meses hasta que salen las larvas.