Los meses de verano se asocian normalmente a las vacaciones. La economía actual marca a las personas, que están en edad laboral y gozan de buena salud, una clara distribución de su calendario en tiempos de ocupación laboral y en tiempos de descanso y de vacación. No olvidemos, sin embargo, que no todo el mundo tiene la oportunidad de gozar de vacaciones. Pensemos en los trabajadores en paro, en los enfermos, en tantas familias con una economía de subsistencia, en los pensionistas humildes y en tantos otros, que no pueden permitirse el lujo de tener vacaciones. Una cultura influida por la industria del ocio no debe olvidar a quienes viven estas situaciones.

El verdadero descanso es saber escoger una actividad que sosiegue, ayude a recuperarse y humanice la vida. Lo propio de las vacaciones es poder realizar otro tipo de actividad, destinadas a recomponer el espíritu humano mediante el descanso, la lectura, el conocimiento de otras gentes y culturas, el cultivo de las relaciones de familia, la amistad compartida o la contemplación de la naturaleza.

Desde nuestra Iglesia diocesana, sus parroquias y movimientos se ofrecen a niños, adolescentes y jóvenes actividades que favorecen el crecimiento de la fe, de la vida cristiana, del compañerismo y de la amistad en el disfrute de la naturaleza, como son las colonias, organizadas por parroquias o movimientos; otras actividades propician el crecimiento de la caridad cristiana y de la solidaridad con los más necesitados o alientan el espíritu misionero en países de misión; y, finalmente, otras iniciativas atienden la formación y el crecimiento espiritual en lugares de retiro.

Las vacaciones son una oportunidad para humanizarse de manera más gratuita, contemplativa y profunda. No olvidemos que también en vacaciones el domingo sigue siendo el día del Señor; Dios no se va de vacaciones.

*Obispo de Segorbe-Castellón