Con la imposición de la ceniza el próximo miércoles iniciamos el tiempo cuaresmal. La Cuaresma es un camino que nos lleva a una meta segura: la Pascua de la Resurrección del Señor, a la victoria de Cristo sobre el pecado y de la Vida sobre la muerte. La Palabra de Dios nos invita y exhorta en este tiempo a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida convertida, reconciliada y renovada. Este tiempo santo nos ofrece a todos los bautizados la oportunidad de renovar nuestra fe y de avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para convertirnos debemos escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8). Él quiere ser nuestro guía hacia la tierra prometida. Él, que nos ha pensado desde siempre, nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y nuestra salvación. Con amor nos sugiere como a sus hijos y amigos lo que hemos de hacer y evitar.

Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y los demás. Quien escucha su voz encontrará la clave para caminar en su vida y en su obrar, para alcanzar de este modo la verdadera felicidad, para llegar a la vida eterna, a la tierra prometida en el Paraíso.

En el camino cuaresmal debemos crear silencio en nuestro interior, acallar todo en nosotros para descubrir la voz de Dios, que es sutil, sabia y amorosa. Hay que afinar la sensibilidad sobrenatural para ser capaces de captar las sugerencias de la voz de Dios.

Es necesario dejarse evangelizar en el trato frecuente a través de la Palabra de Dios --leyendo, meditando, viviendo el Evangelio--, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros mismos en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús: la Palabra de Dios hecha carne.

*Obispo de Segorbe-Castellón