El pasado miércoles día 20 nos asesinaron en casa. En Benicàssim. A cuchillazos. Seguramente antes habían habido palizas, insultos, amenazas. Seguramente Krisztina, a lo largo de su vida, se había encontrado con “piropos” por la calle de hombres diferentes a quien finalmente le arrebató la vida, piropos que le enseñaron a normalizar que un hombre podía dirigírsele cuándo y cómo le viniese en gana y ella, solo, sonreír. Seguramente Krisztina recibía un sueldo menor o ningún trabajo remunerado por ser mujer en edad de ser madre, una fuente de ingresos inexistente o menor que le impidiese salir del infierno en que se había convertido su hogar. Seguramente además Krisztina de pequeña entendió, con los cuentos, con la tele, con lo que veía a su alrededor, que su papel era, ante todo, cuidar y tener hijos, una idea que la chantajeó hasta pocos días antes de ser asesinada, cuando se dirigió a servicios sociales para saber qué pasaría con su hija de 11 años y con su hijo de 13 si ella se divorciaba.

Y lo que finalmente pasó fue no vivir más, porque su marido así lo determinó; al igual que quiso perdonarle la vida a su hija y a su hijo, si bien asestándole tantos cuchillazos al niño como para hacer peligrar su vida. La voluntad de Óscar, pareja de Krisztina, por encima de cualquier otra voluntad: la de una mujer y la de sus hijos. Él fue quien decidió.

Voluntades que se imponen sobre las vidas, como la voluntad de los gobiernos por no avanzar en leyes y estar a la altura de las circunstancias: el señor Rajoy nunca se ha molestado --ni se molesta-- en modificar la ley de violencia de género estatal, la cual ni contempla a los hijos como sujetos víctimas de violencia machista, ni tampoco contempla un concepto de violencia de género adaptado a todas las realidades.

Los casos como los de Krisztina continúan siendo resueltos por el ejecutivo central a través de campañas de sensibilización donde pareciese que la sensibilización tuviese que ser asumida en exclusiva por la superviviente: con sus “mujer, denuncia” se limpian conciencias al son de constreñir las propias supervivientes para convertirse en auténticas heroinas. Heroinas de su propia vida; responsables de continuar con vida.

Por contra, cualquier poder público consecuente debería asumir la responsabilidad del fracaso social, cultural, económico y estructural, tejiendo redes estratégicas a todos los niveles frente a una violencia sistemática ejercida sobre unas personas por haber nacido, simplemente, mujeres.

Sería mucho más eficaz, responsable y multiplicador que en la Comunitat Valenciana, donde fue asesinada Krisztina, y donde Podemos desde Les Corts instó ya en octubre a que la acreditación de la condición de superviviente de violencia machista viniese por los servicios sociales especializados en violencia machista, se pudiese paralelamente contar con un sistema judicial que contribuyese a que la mujer viese más factible la denuncia. Al igual que lo sería que en la Comunitat Valenciana, donde en agosto Podemos ya demandó la implementación de agentes de igualdad para la ejecución y seguimiento de protocolos de prevención y actuación en casos de violencias machistas en todos los centros docentes, se contase con unas leyes de educación que contribuyesen de forma efectiva a la erradicación del machismo.

Los pactos de Estado son imprescindibles cuando hablamos de salvaguardar derechos humanos. Cabría empezar a señalar que sin ellos, además, los territorios con voluntad nos vemos continuamente boicoteados en implementar con profundidad nuestras medidas. Así que déjenos, señor Rajoy, actuar con responsabilidad. H

*Diputada de Podemos/Podem en Les Corts por Castellón