El segundo Domingo de Pascua es el Domingo de la Misericordia divina. Así lo llamó el beato Juan Pablo II. La misericordia es un ‘segundo nombre’ del amor divino; es el amor divino en su aspecto más profundo, en su actitud de aliviar cualquier necesidad y en su infinita capacidad de perdonar. El papa Francisco nos ha dicho que “el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito”.

Al contrario de lo que pudiera parecer, la misericordia no es expresión de un espíritu débil y apocado, sino que la manifestación del amor que todo lo puede. Sólo el que es poderoso puede permitirse ser misericordioso. La misericordia es verdadera cuando engendra ternura, bondad, perdón y ayuda. La misericordia divina nos llega a los hombres a través de Cristo crucificado y resucitado, que nos muestra el rostro de Dios. La misericordia es el don pascual por excelencia. Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu Santo. La muerte y la resurrección de Cristo es un prodigio de la misericordia de Dios que cambia radicalmente el destino de la humanidad.

Si aprendemos el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible establecer un estilo nuevo de relaciones entre las personas. Desde este amor podremos afrontar la crisis de sentido, los desafíos más diversos y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. La misericordia divina es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y ofrece a la humanidad.

*Obispo de Segorbe-Castellón.