No cabe duda que la crisis económica que padecemos tiene raíces morales y espirituales. La crisis económica es la punta de iceberg, al que subyace una crisis de principios y valores morales y espirituales. En la génesis de la crisis económica están, entre otros factores, el liberalismo desenfrenado, germen de injusticias, de dolor y sufrimiento para tantas personas y familias. Otros factores son el relativismo ético, que ha barrido la ley natural y ha oscurecido la percepción de lo que es bueno y malo; o el individualismo egoísta y hedonista, que olvida la dimensión relacional del hombre y lo conduce a encerrarse en su pequeño mundo, para satisfacer ante todo sus propias necesidades, apetencias y deseos, olvidando a los demás.

Consecuencias de esta mentalidad son el lucro fácil, la codicia, el enriquecimiento a cualquier precio, la especulación, la mentira ante sí mismo y con los demás, la dificultad de los jóvenes para incorporarse al mundo del trabajo, la soledad de los ancianos, el anonimato que caracteriza la vida en las ciudades, y la indiferencia ante las situaciones de marginación. Ante esta situación urge trabajar por la implantación de una sociedad más humana, que tanto más lo será cuanto más se acoja a Dios y su ley en la vida personal, familiar y social. Urge, pues, que todos favorezcamos el rearme moral de la sociedad. Urge que la Iglesia, las instituciones del Estado, la sociedad civil y la escuela luchen por formar y fortalecer la conciencia moral, fomentando el respeto del la dignidad de todo ser humano, la veracidad, la honradez, la generosidad, la fraternidad, la acogida, la solidaridad, la preocupación por los otros, especialmente por los pobres. Hay que favorecer también la legalidad y la ejemplaridad en las instituciones y representantes públicos. H

*Obispo de Segorbe-Castellón