El recuerdo de los acontecimientos más relevantes del pasado y los aniversarios de hechos destacados forman parte de la manera en que entienden los ciudadanos la convivencia, y así identifican su pertenencia a una colectividad. Tienen algo de sentido mágico. Hay aniversarios de momentos cruciales de la historia, de hitos destacados de la vida propia, de cuanto pudo ser y no fue, etcétera. Así se comprende el sentido social que adquieren a menudo los aniversarios de boda --acaso sean éstos los que ocupen un lugar preferente en esta mirada hacia atrás para muchos seres humanos-- y cuya manera actual de celebrarlos se remontan a la Alemania medieval. De entonces data la denominación de bodas de plata para los 25 años o de oro para los 50.

De plata, por tanto, podría catalogarse la celebración de este cuarto de siglo para el sueño colectivo que supuso la creación de la Jaume I, y el valor que tuvo que su nacimiento se identificase con un proyecto común de los universitarios y de la inmensa mayoría de la sociedad castellonense. Si quisiésemos seguir con este simbolismo de conmemoración nupcial, al año próximo habría que identificarlo con la rosa.

Celebrar 25 años tiene, y debe tener, en primer lugar bastante de mirada hacia atrás, apreciada como un acto necesario. Recordar y hacer balance. Recordar a quienes lo han hecho posible y hacer balance de los logros alcanzados y de los sueños inconclusos o, incluso, de los que pudieron haber quedado por el camino. Es un acto necesario, pues dice Raimon --paradigma de coherencia e integridad, a la vez que uno de los más preclaros pensadores que ha dado el pueblo valenciano en las últimas décadas-- que “qui perd els orígens perd identitat”.

En aquellos primeros tiempos del sueño colectivo, se editó un folleto que se titulaba Un somni fet realitat. El sueño de toda la sociedad que empujaba hacia adelante el proyecto con fe ciega, confiada en la capacidad de aquel colectivo de universitarios, que asumían la responsabilidad de vertebrar y agrupar en el proyecto de una nueva universidad la suma de sus vocaciones científicas, sus anhelos pedagógicos y muchas inquietudes culturales relevantes. Hoy, al cabo de veinticinco años, podemos estar satisfechos, sentirnos satisfechos, con la respuesta que se ha dado a las expectativas mostradas por los ciudadanos en aquel momento. Con los resultados alcanzados y con la solidez adquirida por aquel proyecto en tan solo un cuarto de siglo.

Podemos estar satisfechos, ¡qué duda cabe! Como orgullosa dice estar la sociedad de Castellón de su Universitat Jaume I. Pero satisfechos no quiere decir estar quietos. Podemos estar satisfechos pero no poe ello tenemos que quedarnos quietos.

Una celebración como ésta, solemne y simbólica como corresponde a todo un cuarto de siglo, puede ser interpretada de maneras muy diferentes. Una, la más inmediata, y si se me permite la más fácil, corresponde a la primacía de la complacencia, o autocomplacencia, incluso de la añoranza por todo aquello que ha quedado en el camino en este tiempo. Pero, por encima de esa percepción pasiva, hay otra forma de entender la celebración que considero debe predominar. Consiste en entenderla como una forma de reafirmación en el trabajo bien hecho para adentrarse con firmeza en el futuro. Para levantar la mirada hacia ese futuro que debe hacer más rico el sueño colectivo. Para pretender alcanzar objetivos más ambiciosos, más atrevidos y, a la vez --por qué no--, más difíciles. Quiero aquí reivindicar este sentido de la conmemoración. Pretender que el proyecto alcance tales objetivos elevados es una forma de entusiasmarse con él, de entusiasmar de nuevo a la ciudadanía y al conjunto de actores sociales que interactúan con ella cotidianamente. Para ello hay que seguir sumando. Sumar y no restar con el paso de los años; ésta ha sido una de las mejores cualidades que ha tenido el proyecto y sus dirigentes a lo largo del tiempo transcurrido.

La celebración de los primeros 25 años de la UJI ha de ser un motivo para dar al proyecto colectivo que representa un nuevo impulso, para ir más allá. Un nuevo impulso en su excelencia académica y en su compromiso social. Los dos valores que representaban Aarón Klug y Raimon cuando en 1991 intervinieron en los actos fundacionales. El primero, un ilustre Premio Nobel de Química; el segundo, una personalidad cuya trayectoria ha sido reconocida ahora con la medalla de oro de la Universitat Jaume I. Ciencia y cultura; excelencia académica y compromiso social ayer, hoy y mañana. Valores universales y valores europeos. También, mediterráneos. Dos referentes intencionados para aquel nacimiento.

Pero, ¿cuáles han de ser los nuevos objetivos? ¿Cómo establecer las prioridades para avanzar con paso firme en los próximos 25 años? La internacionalización (en especial, esa manera propia de entenderla que es el europeísmo), la implantación de un modelo educativo propio, la formación práctica y el interés por la empleabilidad de sus titulados, el multilingüismo y las nuevas tecnologías han sido algunos de los trazos que han perfilado el camino de nuestra querida Universitat Jaume I durante estos años. A todos ellos debe darse continuidad, en armonía con su profundización donde sea necesario y se dispongan de capacidades suficientes para hacerlo.

Unidas a las anteriores hay algunas otras cuestiones emergentes sobre las que añadir nuevas prioridades y estrategias. Tales son, enunciadas aquí algunas a modo de ejemplo, la conveniencia del incremento de la interdisciplinariedad en las ofertas formativas; o el análisis de las estrategias para mejorar la posición en los rankings internacionales, con objetivos concretos y en plazos fijados, mediante la corrección de las debilidades que se detecten y el establecimiento de las oportunas alianzas internacionales, en proyectos europeos de investigación y en programas de posgrados ofertados conjuntamente con universidades de otros países.

Si se comparan los años de vida de la UJI con los de las primeras universidades que surgieron en Europa, casi puede permitirse la licencia de decir que estos primeros veinticinco años son apenas un suspiro. Breve, pero ¡qué importante! H

*Rector honorífico de la Universitat Jaume I