En el Congreso de los Diputados, los socialistas dan los buenos días «a todos y a todas», los populares insisten en que el suyo no es un partido de «miembros y miembras», Podemos presume de que en su formación deciden «los inscritos y las inscritas» y Ciudadanos (Cs) siempre dirige sus intervenciones a «los españoles». El lenguaje inclusivo ya divide el arco parlamentario entre quienes lo usan y quienes lo consideran una pérdida de tiempo, pero ahora que ha saltado a la iniciativa parlamentaria sus señorías tendrán además que posicionarse con su voto.

La Comisión de Igualdad cerraba el año debatiendo la iniciativa de Compromís que pretende incluir el lenguaje no sexista en el Congreso, y hacerlo incluso en el propio nombre de la Cámara baja. «No existe el Senado de los senadores y no tiene sentido que exista el Congreso de los Diputados», defiende quien firma la iniciativa, la castellonense Marta Sorlí.

Compromís registró la propuesta en marzo del 2016. Año y medio después volvía a la agenda parlamentaria, aunque reformulada y con matices, para que pudiera ser tramitada como proposición no de ley. Pero ni con esas. La votación en la Comisión de Igualdad quedó aplazada a la espera de informes jurídicos que determinen si se están invadiendo competencias. Si saliera adelante y se reformara la Constitución, el Congreso perdería su apellido y se convertiría en solo eso, el Congreso.

Pero además, el principal impulsor de esa futura reforma constitucional, el PSOE, quiere que toda la Carta Magna hable en lenguaje inclusivo. «Eso es lo primero que hay que hacer con la Constitución, ponerla en un lenguaje absolutamente correcto de hombres y mujeres. El neutro no existe, existimos los hombres y las mujeres», defendió Carmen Calvo.

Miembros y ‘miembras’

Es la primera vez que los habitantes de la Carrera de San Jerónimo -la calle en la que se ubica el Congreso- cuestionan el nombre de su noble casa, al menos en forma de iniciativa. Pero la controversia sobre el uso de lo que los académicos llaman «desdoblamientos» del lenguaje -el «todos y todas»- lleva presente casi desde que se levantaron sus seis columnas. Aunque ha tenido momentos más sonados que otros, como el estreno en el Congreso en el año 2008 de la ministra de Igualdad Bibiana Aído, que no sería recordado por el teléfono contra el maltrato que anunció aquella mañana, sino por dirigirse a «los miembros y miembras» de la comisión del Congreso.

Después aseguró que el desatino -al menos, en el aspecto gramatical- había sido un «lapsus», aunque aprovechó la oportunidad para pedir incluso que se incluyera la palabra en el diccionario.

Aído abrió el debate, pero no llegó a materializarlo en ninguna iniciativa parlamentaria. Eso sí, la ley para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres, obra socialista del 2007, ya exigía en su artículo 14 el lenguaje inclusivo en el ámbito administrativo. En el 2012 prosperó una proposición no de ley de CiU sobre la creación de un código de actuación publicitario no sexista. También se registraron varias preguntas en el 2015 y dos proposiciones no de ley centradas en el ámbito publicitario.

Ahora, el intento socialista de incluir el femenino en la Carta Magna amenaza con toparse al menos con la RAE, que siempre se ha expresado en la misma línea: «Los desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico [...] y se fundan en razones extralingüísticas». La propia Compromís desestimó la opción del desdoblamiento -Congreso de los Diputados y las Diputadas- para su propuesta de denominación de la Cámara baja, y optó finalmente por limitarla a Congreso.

Después de las enmiendas de PSOE y Unidos Podemos, la propuesta de Compromís pretende iniciar el año formando al personal del Congreso para que aprenda a manejar este lenguaje inclusivo y que, antes de que concluya el 2018, se use de forma habitual en el trabajo parlamentario. Pero para que el cambio de nombre del Congreso se materialice habrá que esperar a que se alumbre la reforma de un texto constitucional que no es muy amigo del lenguaje inclusivo: ya en su Título I comienza dirigiéndose -¿solo?- a «los españoles».