Dice Manolo Rivas que "cuando se confunde el día y la noche, no hay lugar para los porqués". Supongo que mi deseo oculto a la hora de hacer este documental era comprender algunos porqués o al menos saber formularlos. La prensa de todo el mundo está llena de artículos y columnas de opinión sobre Baltasar Garzón. ¿Residirá ahí alguno de esos esquivos porqués? El calificativo de mediático ha hecho un daño irreparable a Garzón. Como si el hecho de aparecer en los papeles más que otros compañeros de profesión, hubiera alimentado la inquina de estos, que no veían su foto en los periódicos tan a menudo o quizás nunca. Me imagino a las esposas de los jueces en la mesa familiar delante de los platos de cocido, echándoles broncas monumentales: "Ya te estás espabilando, a ver si sales en la portada de algo, lánzate al ruedo con algún caso importante tú también, hombre de Dios".

Muchos años de comentarios por el estilo me imagino que acaban haciendo mella. Esa doblemente estúpida envidia, más propia de patio de colegio que de profesionales adultos, está claramente en el sustrato de esos tres procesos. Ridículo. Absurdo. Inconcebible. Horrorosamente humano. Pero las consecuencias están ahí: ya no existe el juez Garzón.

Cuando empezaron a aparecer las denuncias de Manos Limpias, recuerdo que no me las tomé en serio. Creo que poca gente se las tomó en serio. Era impensable que un juzgado las aceptara. Eran denuncias formuladas pobremente, sin sustrato legal, sin pies ni cabeza. Es ya sabido de todos que el juez Varela sí las tomó en serio, e incluso ayudó a darles forma.

Herida abierta

Durante días, hemos asistido con impotencia a los testimonios de hombres y mujeres para los que la guerra civil no es un paisaje de novela, sino algo con lo que conviven todos los días de su vida. Una herida sin cerrar. Baltasar Garzón pretendió únicamente que esas personas, cuyos testimonios le impresionaron, tuvieran algunas certezas, olvidaran la incertidumbre, cerraran por fin las heridas de un capítulo de sus vidas. Y de nuestra historia. Pero los últimos acontecimientos han evaporado la esperanza: ¿qué juez se va a arriesgar a perder su carrera, después de lo que ha pasado? La cabeza de Garzón es un aviso para navegantes: no abráis lo que está cerrado, no vayáis mas allá, no interpretéis la ley, no tengáis ideas propias y sobre todo, no escuchéis a las víctimas. "Los pueblos que no conocen su historia, están condenados a repetirla".

La formulación del sobreseimiento de la causa de prevaricación, más conocida por "los pagos de la universidad de Nueva York" es doblemente perversa: no juzgan a Garzón por ella, pero dejan ver que era culpable de aceptar pagos del Banco Santander para organizar un curso en Nueva York. Y desde cierta prensa se ha machacado tanto este tema que, muchas veces, incluso a aquellos que creen en la inocencia de Garzón, les aparece la sombra de la duda. Y sin embargo, desde hace más de un año, los jueces poseen registros de todas las cuentas de Baltasar Garzón y de su familia, donde no se ha encontrado ni un dólar, ni un euro procedente del Barco Santander. Nada. Tampoco han valido los testimonios de los responsables de la universidad. Ni del propio Banco Santander, que en caso de que hubiera pagado a Garzón para conseguir un trato de favor, ¿acaso no debería de estar imputado también?

Es todo tan absurdo que, aunque a veces me siento tentada a contarlo en una película, tengo la sensación de que el resto del mundo lo tomaría por una ficción descabellada e inverosímil. Pero la sentencia está ahí. Las palabras "prevaricación" y "cohecho" están ahí y el honor de Baltasar Garzón, puesto para siempre en entredicho. Tiemblo al pensar lo que podría pasar con cualquiera de nosotros si unos jueces se empeñan, por la razón que sea, en hundirnos la vida. Porque pueden conseguirlo, aunque los expertos juristas de The New York Times The New York Timesvean la prevaricación en ellos y no en Baltasar Garzón.

El caso Gürtel

El caso Gürtel Ese fue el detonante de todo. Fue a partir del Gürtel que la suerte de Garzón estaba echada. Tirar de la manta de la corrupción en el Levante español fue lo que hundió a Garzón: esto es, cumplir con su deber de juez. Los amiguitos del alma jamás le perdonarán que les desenmascarara. Con estupor, hemos asistido al juicio por las escuchas, con funcionarios y policías insistiendo en que en las grabaciones, Garzón insistió una y mil veces en preservar el derecho de defensa. Pero los imperturbables jueces del Tribunal Supremo tenían su veredicto formulado y aunque el propio Camps en persona hubiera asistido al juicio y confesado sus trapicheos, nada iba a interponerse en su voluntad decidida de acabar con la carrera de su ya excolega.

Y esta es la cruel paradoja que va a marcar la historia de este país para siempre: mientras la persona que intentó acabar con la corrupción es despojada de su carrera por el Supremo, Francesc Camps es absuelto por un tribunal popular, supongo que formado mayoritariamente por esos votantes del PP que ocupan los apartamentos de Marina D¿Or y que creen que algún día cientos de Boeing 707 aterrizarán en el aeropuerto de Castellón esquivando la escultura de Fabra.

Las consecuencias de los tres procesos que ha sufrido Baltasar Garzón las sufriremos todos, incluso aquellos que piensan que se lo merecía y que envían e-mails y mensajes amenazantes a mi oficina llamándome asesina y fascista por defenderle. Tengo la certeza de que la historia absolverá a Garzón. No podría jurarlo respecto a aquellos que le han juzgado y condenado.