La paz forzosa entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón la tejió un emisario, amigo de ambos, que voló desde Bolivia a Madrid para evitar que la disputa entre «los compañeritos» terminase arruinando el proyecto de cambio en España que otros líderes internacionales observan con ilusión. Errejón había perdido el congreso Vistalegre 2 por motivos que dan para una tesis doctoral, pero en todo caso, las negociaciones se cerraron con un compromiso: él sería el candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid en el 2019 y bajo su mando quedaría el partido regional.

En Madrid se juegan qué es Podemos y el control del partido en la región, porque ambos saben que, si se gana esa plaza, la más relevante de la disputa en el 2019, la ventana de oportunidad al cambio en el resto de España puede mantenerse abierta. Si existe alguna posibilidad de que esa rendija no se cierre, se llama Madrid.

Iglesias no se puede permitir prescindir de Errejón como candidato. Y Errejón no será candidato sin el apoyo de Iglesias. Ese pacto está ahora punto de romperse, aunque para ambos sería una catástrofe.

¿Por qué se puede romper? Por las listas. Las negociaciones están paradas porque no hay acuerdo en el reparto de cuotas por familias. Ahora bien, ese reparto va más allá de la concesión de escaños para sus respectivos afines. Lo que late de fondo es quién controla el corazón del partido, porque quien lo domine podría imponer el rumbo político de un Podemos que sigue viviendo entre dos tesis: si se compite con el PSOE de forma virtuosa para ensanchar la base de las fuerzas progresistas -propuesta de Errejón- o bien se encasilla en el esencialismo obsesionado con superar a Pedro Sánchez -visión de Iglesias-.

El aparato propone ahora a Errejón que concurra con urgencia a las primarias y que las listas se voten más adelante. Esto, que no ha ocurrido nunca antes en Podemos, implica que Errejón aceptaría un cargo sin poder real, y se convertiría en un mero señuelo electoral al servicio del oficialismo. Iglesias podría imponer luego una lista de mayoría pablista, ya que controla los órganos decisivos. Lo que no pacte ahora Errejón, luego no lo conseguirá.

Él lo sabe bien y por ello lanzó su advertencia el jueves: no será candidato si no hay acuerdo sobre las listas. Quiere a todas las familias juntas -más IU-, pero tener mayoría, como le habría prometido Iglesias hace un año. El líder se enfureció: «Ni media tontería», le dijo.

Ambos saben que no es media tontería lo que se juegan. Iglesias necesita la victoria de Errejón y a la vez le asusta: la quiere como trampolín para el 2020, pero le inquieta que su rival interno gane poder, máxime mientras él se hunde en la valoración de la opinión pública. Errejón no está dispuesto a ceder. Iglesias no tiene otro candidato.