Convocar un pleno de investidura a la hora de la siesta en agosto es un atrevimiento cargado de riesgos, aunque también con ventajas. El principal peligro es que medio hemiciclo se duerma, si quiera sea por honrar a la parte del país que hoy sigue de vacaciones, y no fueron pocos los momentos de sopor que se vivieron ayer en el Congreso de los Diputados mientras Mariano Rajoy leía su discurso. Sería por la fecha del calendario, o por los 35 grados que marcaban los termómetros en la Carrera de San Jerónimo, o porque el desenlace de la cita se conocía antes de haberse iniciado. Lo cierto es que el propio candidato acabó agradeciendo el respeto con el que había sido escuchado por la oposición, que en ningún momento murmuró ni pataleó su alocución. No era respeto, era desgana.

El caso es que el encuentro había empezado con cierto aire de primer día de colegio y en este detalle radicaba su ganancia frente a la investidura fallida de hace cinco meses. Sonrientes y lustrosos, con aspecto descansado, sus señorías se saludaban al llegar al hemiciclo e intercambiaban los besos y los “qué bien te veo” con rápidos muestreos de las fotos vacacionales que llevaban en el móvil. No había color con el mes de marzo. Los rostros pajizos de entonces eran ahora bronceados en una gama de ocres que ya quisiera Julio Iglesias.

Pareja era la ganancia de tono y frescura de sus vestimentas. Uno de los atractivos de la anterior legislatura consistía en comprobar hasta dónde llevaban los diputados de Podemos su ruptura con el look del canon establecido. El ambiente vacacional que se respiraba en el Congreso dejó antiguas las rastas del canario Alberto Rodríguez y las camisas remangadas y de cuello abierto de Pablo Iglesias. Hasta 65 diputados de diferentes grupos políticos asistieron al pleno sin corbata, entre ellos ilustres como el ex presidente de la cámara, Patxi López, o el socialista Odón Elorza, que vestía un polo de rayas y cuello redondo bajo su americana. José Bono debió revolverse en su sofá de enea de la playa.

Pero estamos en agosto y ni los propios diputados acaban de tomarse esto en serio. La bancada popular, hasta ahora respetuosa con el traje oscuro para los varones, lucía rica en chaquetas de lino y pantalones crema, y hasta con americana morada se presentó José María Lasalle. La estampa estival la completaba el diputado cordobés de Unidos Podemos Manolo Monereo, que llegó con sombrero de Panamá, bastón y camisola guayabera. De seguir así, la legislatura recién estrenada promete ser inspiradora para los estilistas de moda.

No era un día para broncas, y no las hubo. Bajo la atenta mirada de su esposa, Elvira Fernández, que siguió el pleno desde la tribuna de invitados, Rajoy pronunció uno de sus discursos más planos y con menos chispa que se le recuerdan. Parecía como si por ser verano le diera pereza agitar a los suyos, que le dedicaron más aplausos de cortesía que de entusiasmo. La fila azul del Gobierno en funciones, desdentada por la ausencia de los titulares de Industria, Fomento y Sanidad, aumentaba la sensación de desidia.

Ajustándose en todo momento al texto que llevaba escrito y sin sus habituales golpes de retranca gallega, el candidato solo añadió unos grados de énfasis al hablar de Catalunya y el independentismo, momento en el que se multiplicaron las ovaciones populares. Desde la bancada catalana contestaban con movimientos laterales de cabeza pero sin poner mucha teatralidad en el gesto. Solo Jordi Salvador, de Esquerra, se atrevió a dibujar con las manos la figura de un pájaro que eleva el vuelo cuando oyó a Rajoy decir que “la soberanía de España reside en los españoles”. Nuevo en estas lides, el exsindicalista agrícola Diego Cañamero, hoy diputado de Unidos Podemos, se tragó todo el discurso de pie. Al fondo, en el gallinero, con su camiseta verde oliva decorada con el lema ‘Cero privilegios’, de vez en cuando miraba a un lado y al otro del hemiciclo como pensando: “¿Qué diablos hago yo aquí?”.