La casa de Francisco Javier Martínez, en Rubí (Barcelona), está llena de fotos de su hijo Xavier. Tenía 3 años el 17 de agosto del 2017. Paseaba por la Rambla con su madre y su hermana Marina cuando la furgoneta conducida por los terroristas de Ripoll segó su corta vida, al igual que la de Francisco, su tío abuelo, que empujaba el cochecito. En una estantería, hay un pequeño altar dedicado al niño, con los juguetes que más le gustaban. «Cuando veo a un niño marroquí, me recuerda a mi hijo», asegura el padre del pequeño.

A los pocos días del atentado, Francisco Javier abrazó al segundo imán de Rubí. Es una foto muy recordada. «Me salió del corazón. Pedí a la alcaldesa una reunión con él. La conversación es privada y no va a salir nunca. Él había rezado por mi hijo. La alcaldesa me dijo si podía bajar a la calle, que había una concentración de musulmanes. El abrazo me salió de una forma espontánea al ver a ese hombre llorando. No todos los musulmanes son culpables de lo que pasó. Fue un perdón sincero», rememora. Los abrazos se extendieron a unos niños árabes que estaban sentados. «Si no perdonara -prosigue- no podría seguir viviendo».

«Era mi vida» / Paquita, la abuela paterna de Xavier, se desahoga: «A mí me quitaron mi vida. Era mi vida, mi sueño, mi luz, todo, lo más bonito». Marina, de 8 años, una de las dos hermanas del niño, revolotea por el piso, sin entrar en el comedor, donde Francisco Javier recibe a este diario. «Ella tiene en la mente grabado hasta el color del desfibrilador que sacaron de la farmacia y no funcionaba, el color de la furgoneta, la ropa del chico y que este llevaba algo en la mano... Se acuerda de todo. Vio morir a su hermano y a su tío abuelo», explica. La niña, sus padres y él reciben tratamiento psicológico desde entonces.

Agradece los apoyos recibidos durante este año. «He recibido mucha humanidad. La gente te abraza, te toca, te besa y no sabe qué decirte», destaca. Pero el padre de Xavier no esconde su queja hacia las administraciones: «La Generalitat no ha hecho nada y el Gobierno central, poco: nos envió una psicóloga e ingresaron la compensación fijada para estos casos. El día del tanatorio, vinieron para decírnoslo y creo que no era el momento», sostiene. Vivió en sus carnes la frialdad institucional. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, precisa, sí que fue a verlo a su casa de Rubí.

Ahora, Francisco Javier persigue, sobre todo, que la muerte de su hijo no caiga en el olvido. Que sirva para algo. «Mi hijo se lo merece», afirma. Por eso, se fue a Madrid a entrevistarse con el juez que investiga el atentado y le pidió que se cambiaran los protocolos de actuación ante situaciones similares. «Los que se usaron con mi hijo fueron muy duros para la familia. No sabíamos cuándo podíamos enterrar a Xavi, ni cuándo sacarle de la Ciudad de la Justicia. Le hicieron la autopsia cuando ya había un certificado de defunción y se sabía de qué había muerto. Después, de noche, vinieron a casa a tomar huellas. No creo que hiciera falta. Sabía quién era el niño y quiénes sus padres», relata. «A la forense le pregunté si había hecho la autopsia y si había visto la luz. Se quedó sorprendida. Le dije que había hecho la autopsia a un ángel. Le pregunté si tenía hijos y se puso a llorar», recuerda.

Sin odio / No hay ningún gesto de odio o rencor en Francisco Javier, pero sí de tristeza, de dolor que perdura en el tiempo. «Haz un artículo bonito, mi hijo era muy bonito», repite una y otra vez. Recuerda como si fuera ayer el atentado. Cómo la madre de Xavier le llamó por teléfono para comunicarle que habían atropellado a su hijo, cuando llegó a la Rambla y vio a la gente por el suelo y cuando fue al ambulatorio donde habían llevado al pequeño.

«Marina, mi otra hija, tenía mucho miedo. Su madre estaba descompuesta. La gente estaba sentada en sillas, en sillas de ruedas, callados, en silencio. Los médicos estuvieron 20 minutos con Xavier, lo pudieron reanimar, pero tras trasladarlo al hospital de Sant Pau, falleció», afirma. «Todo el mundo estaba desbordado. La gente intentaba hacer lo mejor su trabajo», sostiene. Después se enteró de que Marina y su exmujer salvaron la vida por que se separaron del grupo para comprar unas pulseras. Francisco, el tío abuelo, no tuvo esa suerte y también fue arrollado. En ese instante, «el dolor que tenía dentro era muy grande», dice.

Durante la operación Jaula para atrapar a los terroristas, Francisco Javier se encontró con el remolque que se llevaba la furgoneta asesina tapada con una lona. «Iba solo en el coche, con los zapatitos de mi hijo que me había dado un mosso. En un control, les dije: ‘Cogedlos, pero no los matéis, que quiero mirarles a la cara, a los ojos, para que me digan por qué lo han hecho’. No quería que los mataran. Quería mirarles a los ojos y ver si tenían la maldad en la cara», afirma.

Francisco Javier tuvo las agallas de ir a Ripoll y entrevistarse con la asistente social que atendió a los terroristas cuando llegaron de Marruecos. Ha intentado encontrarse con su familia, pero no lo ha logrado. «Si perder a un hijo es duro, que tu hijo haga esa maldad, ¿cómo puedes asimilarlo?», se pregunta.

Es consciente de que los acontecimientos políticos en Cataluña en septiembre del 2017 «taparon» los atentados. «No se ha hecho el duelo. El primer aniversario es muy duro. Pero, la verdad, es que para nosotros recordar es duro cada día», explica. «La vida ya no es la misma. Nada es igual», sentencia. Desde una foto, el pequeño Xavier, su hijo, no deja de mirarlo.