Hay un libro del legendario autor Pío Baroja, nacido en San Sebastián en 1872 y destacadísimo personaje literario de la Generación del 98, titulado Camino de Perfección. Claro, desde Pascual Madoz y Ricardo Carrerras, así como nuestros más contemporáneos Sanchis Guarner y José Luis Aguirre, también han hecho uso en sus escritos de las impresiones de Castellón en Baroja.

La información que aprovecharon en sus escritos, era algo así:

«Castellón de la Plana era capital de provincia con todas sus oficinas propias de esta categoría: Ayuntamiento, aduana de 4ª clase, administración subalterna de correos y cabeza de partido judicial, dependiente de la Audiencia Territorial de Valencia. Marítimamente, al Departamento de Cartagena. Eclesiásticamente, a la Diócesis de Tortosa».

La impresión que la ciudad debía causar al viajero no difería mucho de la que le produjo a finales del siglo XIX a Pío Baroja:

«El pueblo es grande. Cuando llegué, las calles estaban inundadas de sol, reverberaban vívida claridad las casas blancas, amarillas, azules, continuadas por tapias y paredones que limitan huertas y corrales. A lo lejos se veía el mar y una carretera blanca, polvorienta, entre árboles altos, que termina en el puerto. (...) Se sentía en todo el pueblo un enorme silencio, interrumpido solamente por el cacareo de algún gallo. El tartanero, a quien dije donde me dirigía, paró la tartana en una callejuela que tiene a ambos lados casas blancas, rebosantes de luz. Llamé y entré en el zaguán. Mi tío salió a recibirme, me conoció, me dio la mano, pagó al tartanero e hizo que una muchacha subiese la maleta al piso de arriba. Mi tío tenía que hacer una visita y me ha dejado solo en la sala. He salido al balcón; el pueblo está silencioso, las casas, con sus persianas verdes y sus ventanas y puertas cerradas, parecen abstraídas en perezosas meditaciones. De vez en cuando pasan algunas palomas, haciendo zumbar el aire ligeramente y con gracia con sus alas».

3.300 CASAS. La ciudad presentaba por esos años, alrededor de su perímetro, parapetos y defensas que se iban desmoronando lentamente. Habían sido casi improvisados en el año 1837 para defenderse de las tropas carlistas de Cabrera. En estas defensas se abrían seis puertas con fosos y baterías. Dentro de este recinto defensivo, se levantaban 3.300 casas, casi en su totalidad de planta baja y un piso, habitadas por una sola familia.

«Después de comer --seguía escribiendo Baroja-- Blanca, que es una chiquilla muy traviesa y comunicativa, me ha enseñado la casa que no tiene nada de particular, pero que es muy cómoda. En el piso bajo están el comedor, el despacho del padre, la cocina, la despensa y el patio que conduce al corral; en el piso de arriba hay la sala grande, con dos balcones a la calle, y las alcobas… El balcón del gabinete da a un terradito en cuesta, hecho sobre un terradillo del piso bajo de la casa. En un rincón nace una parra que sube por la pared; ya con las hojas crecidas del tamaño de un murciélago, y en la pared también hay unos cuantos alambres cruzados, de los que cuelgan filamentos de enredaderas secas. En el suelo en graderíos verdes, hay algunas macetas».

Pío Baroja quiso describir todas las características de la ciudad de Castellón de la Plana:

«Las casas estaban distribuidas en 49 calles, rectas, anchas y muy llanas, sin empedrar, con buenas aceras de noche alumbradas con reverberos al estilo moderno. A su vez, las calles se agrupaban en 3 distritos y en 9 barrios, presididos por la correspondiente iglesia parroquial, tan habitual como es lógico en aquellos tiempos: Santa María, San Juan Bautista, San Nicolás, San Pedro, San Agustín, Santo Tomás, San Roque, San Félix y la iglesia de la Trinidad».

ORÍGENES. El trazado de las calles de Castellón, se conservaba desde su fundación y contrastaba con el de ciudades cercanas de origen musulmán.

Una serie de calles rectas y paralelas, cruzadas en ángulo recto por otras, con ensanchamientos más o menos regulares. Las plazas, lugares de reunión y mercado. Don Pío ponía mucho acento en destacar cuatro calles, orientadas de norte a sur: Son Mayor, con los conventos de Agustinos y Clarisas; la de Enmedio, con la iglesia de San Miguel; la calle de Arriba, con la ermita ciudadana de San Juan Bautista; y la de Caballeros. De este a oeste, la vía principal era la calle de Zapateros -ahora de Colón-- con las tiendas más importantes e la ciudad.

LAS PLAZAS. Entre las plazas, destacaban la de la Constitución --ahora plaza Mayor--, donde se celebraba el mercado diario, cerrada en dos de sus flancos por el Ayuntamiento y la Iglesia Mayor de Santa María, con su torre gótica exenta. La plaza del Rey, con un pequeño pórtico para guarecerse de la lluvia y donde se celebraba mercado semanalmente, los lunes. Otras plazas, como la de la Pescadería, la del Real, la del Ravalet, la del Hospital y la de María Agustina, aunque ésta con pocas casas por el hecho de discurrir por ella la Acequia Mayor.

Los edificios e instituciones más notables, eran entonces la Casa Capitular o Ayuntamiento, comenzada a construir en 1689 y terminada en 1720. La Iglesia Mayor de Santa María, consagrada en 1549, aunque su construcción había comenzado en 1378, con su estilo gótico, con su torre típica, el Campanario, separado unos metros del cuerpo de la iglesia. Hay que hacer mención igualmente del Palacio Episcopal, propiciado en 1793 por el Obispo Salinas. El Hospital Civil, fundado en 1391 por Guillermo Trullols, modificado su edificio en los años 1802 y 1805. Y la plaza de Toros, cuya construcción comenzó en 1831.

En cuanto a nuestra marjalería, casi todos los autores, desde Pío Baroja a Eduardo Codina han coincidido en decir que el paisaje agrario castellonense ofrece una amónica complejidad de aspectos totalmente nuevos y una bellísima escala de tonos...