Si preguntamos por sus cineastas favoritos a cualquier grupo de aficionados al cine de terror que se precien de serlo, nueve de cada diez de las listas resultantes sin duda contendrán su nombre. “Mis historias proceden de un lugar recóndito dentro de mi alma, y por tanto su valor no depende de culturas ni nacionalidades: es universal”, explica Dario Argento, invitado de honor estos días en el Festival de Locarno, en conversación con EL PERIÓDICO. Pero, ¿qué hay en ese lugar recóndito? ¿Qué inspira realmente algunos de los relatos más horripilantemente deslumbrantes jamás filmados, llenos de técnicas visuales increíbles y dosis extremas de gore, hermosos y brutales en igual medida? “Lo ignoro”, confiesa el maestro italiano. “Solo sé que me interesan la agresividad y la violencia, y me fascina su estética. Me encanta el color de la sangre. Es pura pasión”.

Lleva toda la vida, asegura, explorando el asunto. “Empecé a escribir de niño. Al principio escribía cuentos de hadas, pero poco a poco fui visitando rincones más oscuros de mi psique”. Tras dar sus primeros pasos en el cine coescribiendo el wéstern 'Hasta que llegó su hora' (1968), Argento debutó tras la cámara con 'El pájaro de las plumas de cristal' (1970) y, con ello, inmediatamente se convirtió en autor esencial del subgénero conocido como 'giallo': misterios criminales hiperbólicos e hiperestilizados, generalmente ambientados en entornos urbanos y repletos de secuencias de asesinatos de un barroquismo fascinante.

Después llegaron títulos como 'Rojo oscuro' (1975), 'Tenebre'(1982), 'Ópera' (1987), 'El síndrome de Stendhal' (1996) y la emblemática trilogía 'Tres Madres' -compuesta por 'Suspiria'(1977), 'Inferno' (1980) y 'La madre del mal' (2007)-, relatos genuinamente bizarros que funcionan menos como narraciones convencionales que como pesadillas representadas en imágenes. “De hecho, mis películas se inspiran en mis sueños”, admite el director. “A veces me despierto entre sudores, después de soñar con insectos, o con brujas, y me pongo a escribir de inmediato. Los sueños son el fundamento de mi vida”.

En suma, aunque ancladas en el surrealismo sus películas tienen algo de autobiográfico. Cuando en alguna de ellas vemos cómo un asesino desquiciado apuñala, estrangula o decapita a una de sus víctimas, las manos que se esconden bajo esos guantes negros generalmente son las del propio Argento. Es una versión de los típicos cameos de Hitchcock, con quien tantas veces se le ha comparado. “Me siento tan cerca de mis fantasías que a veces me asustan a mí mismo”, explica el italiano, que pese a su inquietante rictus -bien podría ser personaje de una de sus películas- en persona es un tipo encantador. “A veces me siento frente al ordenador y, de repente, en la pantalla parecen materializarse las imágenes de mi mente, y entonces tengo que apartar la mirada”.

Es cierto que, en las últimas décadas, el trabajo de Argento raramente se ha mostrado capaz de expandir las posibilidades e ignorar las normas del género como lo hizo en los 70 y 80. Sin embargo, sigue siendo fuente de inspiración de primer orden. “Creo que el cine actual carece de emoción, y es una lástima”, lamenta respecto a esos sucesores. Tampoco ve con buenos ojos el 'remake' de 'Suspiria', que su paisano Luca Guadagnino empezará a rodar en breve. “Nadie me pidió opinión sobre el asunto, y no quiero tener nada que ver con él. Si pudiera impedir su existencia, lo haría”.

Pese a ello, le augura al género un futuro espléndido. “El cine de terror siempre seguirá evolucionando. No podemos escapar de él, igual que no podemos hacerlo de nuestros propios demonios. Necesitarnos dejarnos acechar por ellos, porque si no la vida sería muy aburrida”.