Para aquellas personas que no hayan leído nunca a Óscar Gual, si deciden hacerlo con Los últimos días de Roger Lobus (Aristas Martínez) seguro se preguntarán: ¿pero esto qué es? Por su parte, los ya iniciados en la literatura del escritor de Almassora, bien sea por la lectura de Cut & Roll o Los fabulosos monos marinos (ambas editadas en la ya extinta DVD Ediciones), y ahora vuelvan a ella a través de Los últimos días de Roger Lobus, seguro pensarán: ¿pero esto qué es?

A los que trabajamos en los medios de comunicación nos encanta poner etiquetas. Etiquetar las cosas nos facilita mucho el trabajo. No obstante, he de reconocer que en el caso de Óscar me es extremadamente “encasillarle”, lo cual creo que es bueno pues demuestra su singularidad. Seré bastante atrevido y afirmaré que no hay en el actual panorama narrativo español alguien que se le asemeje. Bien es cierto que se pueden encontrar similitudes con otros autores, por temática, por generación... Pero esa aparente locura que desprende un texto como el de su última novela difícilmente se encuentra en nuestra literatura.

Cuando a finales del mes de febrero Gual me propuso presentar el pasado 28 de marzo Los últimos días de Roger Lobus en Argot acepté de inmediato. Para mí era todo un reto “enfrentarme” a una lectura que, como buen profesional, debía ir más allá del puro entretenimiento. En otras palabras, necesitaba ser más incisivo, meterme de pleno en esa historia que tenía ante mí para sacarle mayor partido, para exprimirle todo su jugo.

LA NOVELA // La historia de Roger Lobus y su hijo, Junior, transcurre en Sierpe, esa ya mítica ciudad que Óscar Gual ha desarrollado en su mente y la ha convertido en el lugar idóneo para plasmar todas sus manías, disparates y preocupaciones. En cierto modo, y así se lo comenté a él, cuando pienso en Sierpe imagino un juego narrativo similar al que otros autores como Italo Calvino llevaron a cabo, como en su novela Las ciudades invisibles donde describe una serie de ciudades con nombre de mujer (Leonia, Cecilia, Teodora, Berenice, Dorotea, Anastasia, Clarice, Irene...), cada una de las cuales responde a una temática distinta: la ciudad y los muertos, el deseo, el cielo, la memoria... En Sierpe se esconde toda una simbología (bizarra, demencial...); es una ciudad-metáfora, una ciudad cuyos personajes son de los más variopintos (la mayoría de ellos aparecen y desaparecen de la trama de la forma más natural, casi sin darle importancia). Gual reconoce que Sierpe es, en cierto modo, un retrato “berlanguiano” de España y, más concretamente, de la zona de Levante, un territorio acostumbrado ya a las incongruencias y al disparate.

Gual no es tonto, ni mucho menos. Su “gamberrismo” es una forma lícita de parodiar nuestra sociedad, lo cual se agradece, pues de tanto en cuanto necesitamos historias caóticas, surrealistas y absurdas para sacar a relucir nuestra mejor sonrisa. No obstante, toda esa parafernalia y caos es un simple envoltorio que “protege” una historia mucho más profunda. Los últimos días de Roger Lobus es la historia de un padre y un hijo, es la historia de un intento de reconciliación, una búsqueda de la redención. Un padre que se muere de un cáncer terminal en el hospital y un hijo que intenta retomar la relación. Así, diríamos que el de Almassora “camufla” esta temática tan trascendente y reflexiva. ¿Y cómo diseña y teje el disfraz? Convirtiendo al padre en el ex alcalde de esa ciudad tan extraña que es Sierpe y al hijo en un politoxicómano. Y el artificio no se queda ahí, pues como decíamos anteriormente, surgen una serie de “criaturas” de lo más insólitas: Carlos Manrique de la Santa Delgado, amigo de Junior que culpa de su drogradicción al mismísimo Kurt Cobain; el doctor Curtis Le Dog, que es exactamente igual a Christopher Walken; José Francisco Mondongo, un sicario convertido en el “hombre del saco” de Sierpe; el camarero del hospital Oblomov, clara referencia del personaje ilustre de Ivan Goncharov (ese joven y desvalido aristócrata, incapaz de hacer nada con su vida); los hermanos Marabunta; la banda de Enfermos Terminales y Anarquistas (ETA); Llaga, quien dicen es una criatura propia de la literatura de H. P. Lovecraft... Tampoco debemos olvidar los fragmentos de la novela que se trasladan a un futuro lejano en el que el ser humano apenas si será un recuerdo y existen robots hechos de simple cartón. Seguro que más de uno se pregunta: ¿Todo eso cabe en una misma novela? Pues sí, se puede; a las pruebas me remito.

Los últimos días de Roger Lobus está plagada de referencias personales y generacionales, algo que, como el propio Gual confiesa, quizá debiera remediar en futuras novelas para, imagino, poder llegar a un público mayor y sobrevivir mejor al paso del tiempo. Sin embargo, es quien es, y dejarlo claro, patente, a través de su ficción es justo; una ficción que hilvana de forma sorprendente y en la que existen, en el caso que nos ocupa, dos partes diferenciadas por la voz del narrador. En la parte final de la novela el narrador adopta la primera persona, dotando a la narración de un tono confesional, una especie de justificación de lo escrito, un testimonio que nos da la clave de toda la historia, que no es otra que “escribir sobre el fenómeno físico de morir y sobre el tiempo previo a la muerte”.