Un día de 1980, el maestro del nuevo periodismo Gay Talese se coló junto con el propietario de un motel de Colorado en el desván desde el que podían espiar, por unos falsos respiraderos, qué sucedía en varias de las habitaciones de los huéspedes. “A pesar de que una insistente voz dentro de mí me decía que apartara la mirada, seguí observando cómo aquella mujer esbelta le practicaba una felación a su pareja, y me aproximé para ver más de cerca”. Ese día Talese cometió un desliz que no tuvo consecuencias -su empecinamiento en ir inmaculadamente trajeado hizo que su corbata a rayas rojas se deslizase por la rejilla de ventilación y solo la concentración en sus tareas de los clientes impidió que vieran la llamativa tira de tela que colgaba del techo- y otro que le persiguió 36 años después, cuando publicó en EEUU ‘El motel del ‘voyeur’ y se vio obligado a prodigar justificaciones y excusas.

La tentación del fisgoneo que había llevado a infringir toda norma ética y legal durante más de dos décadas al propietario del establecimiento pudo también con Talese. Su informante le proporcionó relatos datados en periodos en que resultó que ya no era propietario del hotel, o aún no lo era, le hizo cómplice de numerosos delitos y de la fantasía (¿les suena?) de que todo se trataba de un experimento sociológico, no le dejó más remedio (o no) que transcribir una y otra vez un diario imposible de contrastar y en ocasiones inverosímil, advirtiendo de vez en cuando de la poca fiabilidad de su fuente informante (“era un narrador inexacto y poco fiable, pero sin duda fue un ‘voyeur’ épico”) o de su hipocresía cuando resulta que acaba obsesionado por la videovigilancia gubernamental de la que somos objeto hoy... pero Talese no escuchó la voz que le decía que apartara la mirada. Y muy probablemente, el lector del libro,publicado ahora en España por Alfaguara con algunas correcciones menores tras el escándalo desencadenado, tampoco pueda hacerlo.

El reportero norteamericano Gay Talese. RICARDO MIR DE FRANCIA

CONTACTO INTERMITENTE

El 7 de enero de 1980, Gay Talese, entonces en boca de todos por la inminente publicación de su reportaje sobre la sexualidad de los americanos ‘La mujer del prójimo’, recibió la carta de un talGerald Foos, un antiguo marino que había comprado un motel en las afueras de Denver. Allí le explicaba que llevaba 15 años espiando las actividades de sus clientes más atractivos, a quienes reservaban las ‘habitaciones con vistas’. “Me inquietaba profundamente que ese hombre hubiera violado la confianza de sus clientes e invadido su intimidad”, escribe. Pero tardó pocos días en viajar a Colorado para conocerlo, a él y a su mujer, Donna, una enfermera que colaboraba en sus observaciones. Durante décadas mantuvo un contacto intermitente y fue recibiendo por entregas el diario de las observaciones de Foos. Pero no quiso convertir la experiencia en libro hasta que su informante aceptase que su nombre saliese a la luz (lo que sucedió una vez prescritos los posibles delitos, de Foos y de Talese, y tras un acuerdo económico del que no se dan detalles).

Gerald Foos, en la recepción de su motel.

“Durante mucho tiempo he querido contar esta historia, pero no tengo talento suficiente”, le confesaba Foos a Talese en su carta de presentación. Eso no fue óbice para que Talese dedicara un buen tercio del libro a la transcripción del diario del ‘voyeur’ que describía prácticas sexuales con una prosa llena de tópicos. Pero, de nuevo, la tentación del ‘voyeur’ literario de reproducir las escenas con pelos y señales fue demasiado fuerte.

MÁS QUE UN MIRÓN MORBOSO

Foos y Talese pasan gran parte del libro prodigando explicaciones para la labor de fisgoneo de la que harán cómplice al lector. Una obsesión que el hotelero intenta revestir de interés científico por la evolución de las prácticas sexuales de los norteamericanos. Aunque convertía su labor en un estímulo para sus prácticas masturbatorias califica a su escondite de “laboratorio de observación”, intenta establecer estadísticas de prácticas, documenta la evolución del número de parejas interraciales, escenas de sexo en grupo o intercambios homosexuales... “Tal como él lo veía -explica Talese- no era un simple mirón morboso, sino más bien uninvestigador pionero cuyos esfuerzos podían equipararse a los de los renombrados sexólogos del Instituto Kinsey o del Instituto Masters & Johnson”. Y cuyos sujetos de estudio, remarca un Talese a veces sarcástico, a veces condescendiente, con las pretensiones de Foos, desconocían serlo, lo que les hacía quizá más reales.

De hecho, al observador le interesan las prácticas sexuales más excitantes o aberrantes (mucho sexo oral, curas o monjas utilizando consoladores o revistas puestos como señuelo, sexo con un compañero disfrazado de cabra, ‘bestialismo’ con osos de peluche) y le obsesionan los hábitos higiénicos (sorprende dónde llega a orinar la gente), pero también registra la infelicidad, las relaciones frustrantes y los actos deshonestos de sus clientes, que dejan (a Foos, a Talese y al lector) un poso de desoladora tristeza.

El asesinato brumoso

El escándalo se desató cuando Talese, en un adelanto de la publicación del libro, confesó que Foos fue testigo de un asesinato, que no impidió ni denunció. Y que el escritor conocía esta circunstancia desde muchos años atrás. Una vez leído el libro, los hechos parecen (quién sabe si por la necesidad de los autores de diluir su culpa) algo distintos. Según Foos, fue testigo de cómo un traficante estrangulaba a su pareja, acusándola de haber vendido las drogas que guardaba, cuando había sido el hotelero quien las había arrojado al váter. Sostiene que no intervino porque creyó que la mujer respiraba cuando el asesinado dejó la habitación... pero al día siguiente se encontró el cadáver. Foos sería culpable de no auxiliar a la víctima pero al día siguiente denunció la muerte y dio a la policía todos los datos del culpable... al que nunca localizaron porque utilizaba una identidad falsa. Para complicarlo todo más, Talese investigó al cabo de los años qué había sucedido, para encontrar que no había ningún registro policial de esa muerte.