Raúl Pastor, más conocido por su nombre artístico Rauelsson, es un los músicos y compositores más íntimos y singulares de la escena castellonense. El 18 de mayo actuará en el Auditori i Palau de Congressos de Castelló, en la sala de cámara Manuel Babiloni, para presentar su nueva aventura musical, su disco Mirall, que publica con el prestigioso sello berlinés Sonic Pieces y que cuenta con algunas colaboraciones de lujo.

—Para empezar, ¿qué simboliza 'Mirall', en qué lugar se ubica dentro de tu particular universo musical?

—Sin contar los trabajos que he hecho para cine, documental o fotografía, Mirall es mi quinto disco, y llega diez años después de editar el primero. Es un trabajo principalmente instrumental, que de alguna manera da continuidad a una etapa iniciada con mi anterior disco, Vora. Es un disco más rítmico y complejo, y que presenta una serie de canciones extraídas de sesiones de grabación que hice durante un periodo de dos años en distintos lugares y con distintos colaboradores. He utilizado sonidos nuevos para mí, como instrumentos de viento u órganos de iglesia, e incluso he utilizado por primera vez instrumentos creados "digitalmente" por mí, que mezclan sonidos manipulados de sintetizadores con otros sonidos analógicos o de instrumentación clásica. El disco parte de sesiones de exploración e improvisación a las que iba intencionalmente sin una preparación o plan concreto, esperando que un espacio nuevo, un instrumento nuevo o la relación con otros músicos ayudasen a reflejar una idea espontánea.

—El disco se ha grabado entre Portland, Berlín y Benicàssim. ¿Cada uno de esos lugares nutre de alguna manera la sonoridad del álbum? ¿Qué simbolizan estos tres rincones del planeta para ti?

—Los tres son lugares importantes para mí, tanto a nivel personal como creativo. Siempre me ha resultado inspirador y productivo combinar proyectos musicales y viajes. Portland ha sido algo así como mi segunda casa durante toda una década; un lugar donde, además, he podido conocer a gente maravillosa y con mucho talento, gente con la que es un honor poder colaborar. Es un lugar inmerso en una naturaleza verde, potente y salvaje, y por supuesto, eso tiene un impacto en la música. El disco empezó realmente allí, en una iglesia que se llama The Old Church, en la que estuve unos días grabando con un órgano tubular de viento. Berlín se ha convertido en un lugar que visito frecuentemente porque mi sello discográfico está allí, y porque hay dos estudios en los que he trabajado bastante en los últimos años (Martyn Heyne y Nils Frahm), además de algunos músicos con los que he colaborado en grabaciones o en conciertos, como Christoph Berg o Anne Müller. Es un lugar con una comunidad creativa intensa, además de ser una ciudad con una historia y un presente muy interesantes. Y Benicàssim es donde vivo ahora y donde está mi familia. En casa tengo un estudio que ha ido mejorando bastante con el tiempo, y me permite desarrollar ideas con bastante independencia y tranquilidad. En Benicàssim tuve una fase, entre Portland y Berlín, en la que escuché con calma todo lo que había grabado y empecé a seleccionar momentos sobre los cuales trabajar para este disco. Me encuentro muy agusto entre la playa y la montaña, y, especialmente en invierno, es un lugar que me ayuda a concentrarme.

—¿Qué consideras primordial a la hora de iniciar un nuevo trabajo? ¿Cómo sabes que aquello que tienes entre manos, en tu mente, puede dar pie a un disco?

—Es curioso, pero tal vez lo que más me atrae del proceso de hacer un disco es la sensación de no saber muy bien qué hacer o cómo hacerlo. En mi caso es siempre un trabajo intuitivo e íntimo, de ensayo y error, en el que durante gran parte del tiempo me dedico a escucharme, a preparar una especie de espacio mental en el que espero que algo ocurra, que algo capte mi atención, que se revele una historia que necesita ser contada. No tengo un método o una práctica creativa concreta, y sufro bastante en el proceso, pero sí sé que sigo haciendo discos porque con la música todavía puedo llegar a ese estado de aventura casi infantil donde estás absorto, en una mundo al margen del mundo real, y eso es algo que valoro mucho.

—En este trabajo cuentas con algunas colaboraciones de lujo. A destacar la participación de Heather Woods Broderick. ¿Cómo se produjo esta unión?

—Con Heather había colaborado previamente en otros discos en los que ella había participado como chelista, pero en este caso fue diferente porque escribí una canción con letra y melodía pensando en que ella la cantase. Su voz me parece maravillosa y me hizo muy feliz que le gustase la canción y quisiera cantarla. La grabamos en un estudio que ella y su hermano Peter comparten en la costa de Oregón.

— Imposible no mencionar el hecho de que Nils Frahm ha sido el encargado de mezclar y masterizar el álbum. ¿Contar con él supone un valor añadido para el disco, para tu trabajo en general?

—Conocí a Nils en Portland, hace unos ocho años, cuando yo estaba empezando a grabar ‘Réplica’, junto a Peter Broderick. Desde ya entonces me pareció una persona tremendamente especial, con ideas muy claras y ambiciosas a nivel vital, no sólo como compositor, productor o pianista. En cierta manera no me sorprende su éxito, y me alegra ver que el mundo ha sido sensible a una propuesta con semejante calidad técnica y creativa. Trabajar con Nils es muy interesante y se aprende mucho, aunque no sea siempre fácil. Técnicamente su estudio en Berlín es increíble, y es tremendamente antiguo y moderno a la vez; ha ido coleccionando material fabricado en los 50s, 60s o 70s, no por ningún interés nostálgico, sino porque está convencido de que es entonces cuando realmente se llega al nivel más alto de calidad en grabación analógica. Sin embargo, utiliza todos esos aparatos, que funcionan impecablemente bien, en el contexto de la música electrónica y la programación digital. No me imaginaba el sonido de este disco sin su participación y la verdad es que se involucró mucho en las mezclas y le estoy muy agradecido.

—El hecho de que un sello como Sonic Pieces publique tu trabajo significa que confía plenamente en ti. ¿Qué supone para ti esa colaboración?

—Sonic Pieces es un sello completamente independiente que lleva diez años siendo un proyecto artesano que funciona despacio y un tanto al margen de los cánones de la industria discográfica. Las primeras ediciones de su serie principal están ensambladas a mano y utilizan una combinación de telas y papeles reciclados. Monique Recknagel, fundadora del sello, elige la música que le gusta y trata de presentarla con un diseño y producción bastante concretos, que, la verdad, a mi me gusta mucho. Tanto con mi anterior sello, Hush Records, como con Sonic Pieces me he sentido muy cómodo y con ambos tengo una relación que va más allá de lo profesional. Estoy realmente contento de poder trabajar con Sonic Pieces, y de compartir sello con muchos artistas que respeto y admiro.

—¿Qué pretendes explorar a través de tu música? ¿Qué te mueve a buscar esas sonoridades?

—Personalmente veo los discos como álbumes de fotos, documentos que te ubican en el tiempo, tanto a nivel emocional como geográfico. Imagino que es una exploración personal que narra un viaje. La curiosidad y las ganas de probar cosas diferentes me han llevado a cambiar considerablemente la paleta de sonidos e instrumentos, pero la base sigue siendo la misma; trato de dejarme llevar por lo que me capta mi atención instintivamente.

—Con tu anterior trabajo, 'Vora', realizaste giras por Europa, Estados Unidos y Japón. Aún es pronto para preguntarte si tienes cerradas fechas de presentación de tu nuevo disco. Sin embargo, el próximo 18 de mayo sí actuarás en el Auditori i Palau de Congressos. ¿Qué puedes decirnos de ese concierto?

—Espero poder continuar viajando gracias a la música. Junto a Sonic Pieces estamos planeando algunas cosas para el otoño e invierno de 2018/19. Nuestra idea era dejar pasar el verano y empezar a hacer algunos conciertos a partir de entonces. Tengo la sensación (aunque tal vez me equivoque) de que con este disco el directo está más centrado en la electrónica, pero eso imagino que lo iré viendo a medida que vaya haciendo conciertos. El concierto del Auditori es un punto de partida, una especie de pequeña prueba y celebración con gente a la que quiero y admiro, como Peter Broderick, Tatu Rönkkö y Anne Müller.

—Si tuvieras que definir tu música, ¿qué términos utilizarías?

—Una amiga fotógrafa que se llama Silvia Grav me dijo que mis últimos discos son como una banda sonora sin imágenes, a la que cada uno le puede poner su propia película.

—¿Crees que Castellón es una tierra fértil en cuanto a la experimentación musical?

—Creo que es un lugar como cualquier otro, ni mejor ni peor. Hoy en día cualquiera puede tener las herramientas para expresarse artísticamente si tiene una historia que contar. Sí creo, sin embargo, que viajar y salir de tu entorno habitual puede ser muy positivo. Los lugares con más diversidad, generalmente más grandes, pueden ser útiles para convivir con otras realidades posibles y conocer a gente de la cual aprender. Si creces en un lugar donde es normal tener un vecino guionista de cine, o escultor, o que hace vestuario para danza, o es clarinetista, u organiza conciertos o exhibiciones, y esa es su profesión, eso te va a ayudar a imaginar futuros posibles más allá de los que suelen ser más habituales en sitios más pequeños. Así que, en todo caso, siempre tiene más mérito que salgan proyectos de lugares más pequeños y con menos diversidad.