El reencuentro rezuma nostalgia. Varea observa con rostro serio y de respeto al novillo que ya ha marcado su carrera, Quejoso, que fija su mirada todavía brava en el de Almassora, sin que le deslumbren las lentejuelas del vestido de luces o los focos de La Misericordia. Ahora goza de la libertad del campo, donde vivirá a cuerpo de rey de por vida. Quejoso se encuentra bien, con las heridas casi cicatrizadas que recuerdan aquella tarde de Zaragoza en la que embistió con esa bravura enclasada, humillada y repetidora a la muleta de un joven novillero que dio un serio toque de atención en el mundo taurino. Esa entrega en la plaza le valió que la presidencia, también presente en este reencuentro, le perdonara la vida a este ejemplar santacolomeño de la ganadería de Los Maños. “Nunca viviré nada igual, lo que me hizo sentir este novillo en Zaragoza jamás lo olvidaré”, asegura con la voz emocionada Varea.

El de Almassora acude a la invitación del ganadero de Los Maños, José Marcuello, que organiza una jornada en su finca para rememorar una tarde de gran importancia para su ganadería. Quejoso se encuentra padreando con un lote de vacas en la finca Las Fuentes, de Figueruela (Zaragoza). El ganadero lo contempla orgulloso y satisfecho. Es su joya de la corona. “Para nosotros fue algo his­tó­rico y muy determinante”, asiente Marcuello.

A la jornada campera acude la gente cercana a Varea, su apoderado Santiago López, también el empresario de Zaragoza Enrique Patón, el equipo gubernativo que presidió la novillada y muchos aficionados zaragozanos. El grupo de invitados guarda distancia y dejan solos a los grandes protagonistas, Varea y Quejoso, dos nombres que han quedado ya entrelazados para la historia de Zaragoza y de la tauromaquia. H