Inquietante, perversa, cruda, desoladora... eran algunos de los adjetivos que flotaban en la platea del Teatre Municipal de Benicàssim cuando se encendieron las luces tras la representación de Los que llegan por la noche. El intenso duelo actoral entre la cantante Carme Juan y el periodista Tonino Guitián, había finalizado invitando a una reflexión profunda sobre la parte más oculta de la condición humana. Porque la adaptación teatral de la obra de Vicente Marco, bajo la dirección del veterano Juli Leal, aborda sin tapujos las miserias de algo tan cercano como un residencial y su comunidad de vecinos.

Reconocible microuniverso, en este caso el del edificio Hemisferio, en el que es imposible no verse claramente reflejados. Son los síntomas de urbanidad a los que se refería Joan Manuel Serrat.

Basado en las obras Los edificios del general y Un sobre para Rández, ambos premiados a lo largo y ancho de la geografía nacional, el humor negro y ácido preside en todo momento un texto que, por corrosivo y áspero, funciona con una precisión asombrosa.

Incluso llegando a rozar lo macabro, cuando en las cuatro historias que forman la pieza el público se enfrenta a escenas que no pueden dejar a nadie indiferente. Los personajes fantasmagóricos, casi espectrales, se suceden a lo largo de 80 minutos en los que el desasosiego se convierte en parte del escenario. Un bandoneón crepuscular sirve de hilo conductor entre cada una de esas historias de seres atormentados por una existencia de la que no pueden escapar.

Como dice Carme Juan en uno de los pasajes más celebrados de la obra, «en el interior del edificio Hemisferio dormitan los viejos recuerdos de sus moradores». Y esa es precisamente la clave de la trama, la perversa y viciada relación entre los moradores y los herederos de esos recuerdos: los vigilantes del elitista residencial.

Entre esclavos de un edificio que no pueden abandonar y los guardianes de un espacio tan deshabitado como deshumanizado. Si La comunidad de Álex de la Iglesia reflejó a la perfección ese microcosmos vecinal del que todos participamos, Los que llegan por la noche lo lleva hasta extremos tétricos y, al mismo tiempo, inexplorados. Uno de los méritos que hay que otorgar a esta excelente producción que devuelve la vigencia del teatro como arma de futuro. Frente a una televisión caduca, tablas que disparan bocados de realidad.

La respuesta del público fueron más de cinco minutos de sonoro aplauso y sonrisas nerviosas. Imposible volver a casa y no pensar en la enorme maleta de posibilidades que arrastra el análisis de cada espectador.