En circunstancias normales, esta sería la crónica del histórico triunfo de Moonlight en los Oscars 2017, el análisis de cómo en momentos política y socialmente convulsos, la industria de Hollywood ha aparcado los probados instintos ombliguistas cuya satisfacción ponía en bandeja de plata La La Land y se ha decidido a reconocer como mejor película una producción independiente (rodada en 25 días, con una sola cámara y millón y medio de dólares de presupuesto), un trabajo valiente y relevante en mucho más que en lo artístico.

Sería la narración de cómo, por primera vez en sus 89 ediciones, los Oscar han dado su premio más importante a una película que aborda la homosexualidad y, tras un par de años en la picota por su insensibilidad hacia la diversidad racial, han elevado a su Olimpo una historia tan particularmente negra como humanamente universal (que se ha llevado también el galardón al mejor guión adaptado).

Y se pondría el foco en otro elemento histórico y sociopolíticamente oportuno: Mahershala Ali, premiado como actor de reparto, es el primer intérprete musulmán con un Oscar, un hito que llega en el año en que la presidencia de Donald Trump ha elevado la islamofobia a doctrina gubernamental con una orden ejecutiva que ha tratado de vetar la entrada a Estados Unidos de inmigrantes de siete países de mayoría musulmana.

Las circunstancias de los Oscar de este domingo fueron, no obstante, cualquier cosa menos normales. Y estos premios serán recordados por un error monumental y sin precedentes que llevó a declarar mejor película a La La Land, el musical que llegaba como favorito con sus 14 candidaturas y que a esas alturas de la gala ya llevaba seis estatuillas, incluida la de Damien Chazelle

DOS VETERANOS // Los rostros públicos de la infamia serán los de Faye Dunaway y Warren Beatty, dos veteranos de 76 y 79 años, respectivamente, que leyeron públicamente el título y propiciaron un momento de celebración sobre el escenario de los productores de La La Land, antes de que se enmendara el error ante los ojos de un público y unos protagonistas atónitos. La responsabilidad, no obstante, recae en los empleados de Price Waterhouse Coopers, la compañía que gestiona los votos y que dio a Beatty el sobre equivocado (la copia de seguridad del de mejor actriz, que acababa de ganar Emma Stone por su papel en el musical).

No es consuelo el comunicado de disculpa que ha emitido la empresa. Tampoco lo es el hecho de que Jordan Horowitz, uno de los productores de La La Land, reaccionara con una elegancia casi heroica, anunciara el error y esperara sobre el mismo escenario para dar la estatuilla a su justo dueño, Barry Jenkins, con quien se fundió en un abrazo. El esperpento ensombreció el triunfo de Moonlight, los logros de La La Land y casi todo lo demás.

La emoción desbordada llegó con el discurso de Viola Davis, un enorme talento reconocido con el premio de actriz de reparto por Fences. Y un drama magistral como Manchester frente al mar llevó hasta un indiscutible oro a Casey Affleck y al director Kenneth Lonergan, reconocido por el guion original. No faltaron la dosis habitual de reparto salomónico ni una de esas historias de redención que Hollywood adora (dos premios para Hasta el último hombre, de Mel Gibson, incluyendo uno para un montador de sonido nominado 20 veces antes y que nunca había ganado).

Como se anticipaba en la era Trump, la ceremonia estuvo políticamente cargada, pero en muchos casos con más sutileza de la predecible. Porque no hay nada que discutir sobre premios a trabajos como Zootrópolis en categoría de animación, al épico documental O. J.: Made in America, a la iraní El viajante como película de habla extranjera o incluso al corto húngaro Sing.