No pudo saldarse con más éxito la presentación de Ramón Tébar como titular de la Orquesta de València en el Palau de la Música. El maestro eligió un programa de envergadura y patentizar sus muchas cualidades con la batuta.

El poema de Sibelius Finlandia abrió la audición con un propósito romántico, territorial y de sentimiento patrio, sobre todo en el himno conclusivo. Para el complejo Primer concierto de violín de Shostakovich contó con el dotado y temperamental violinista Sergey Khachatryan que canonizó una obra plagada de dificultades. Tras el lírico primer tiempo, el contraste se materializó en el demoniaco segundo, en el que el solista lució una técnica inestimable y un sonido enardecidos, con justas y calurosas ovaciones.

La pelota estaba en el tejado de Tébar. ¿Qué haría con la primera de Mahler? Pues llevarla a una cota de nivel excepcional, adjudicándole su diverso carácter de poema sinfónico. Tébar posee una sensibilidad muy acusada y es capaz de descifrar en las notas del pentagrama esos relatos ocultos que sugestionan al oyente.

Mahler quiso hacer una obra en la que emergieran pasiones y sutilezas y por ello sin perder intensidad debe ser translúcida. Como ejemplo, el segundo tema del lander cautivador en su postulado vienés o el adagio ensoñado que contrasta con el tormentoso inicio del postrero tiempo, entre movimientos que conformaban una mano de póker.