No fue para nada el comienzo de temporada deseado por Varea. Era una oportunidad para arrancar un año clave con fuerza y optimismo, en una plaza de gran importancia como es el Palacio Vistalegre. En el mismo Madrid, con lo que ello supone. Con la mirada puesta en Las Ventas. Pero llegaron los toros, y se truncaron las ilusiones, los sueños y las esperanzas. Precisamente los toros de su buen amigo Javier Núñez, de La Palmosilla, le impidieron cualquier posibilidad de triunfo. No pudo ser.

Y eso que todo empezó con muy buen pie. El saludo capotero a su primero hizo presagiar algo grande, que se fue disipando a medida que se desinflaba el animal. Tres verónicas adormecidas, meciendo el capote con el mentón hundido, fueron una delicia. Perfección técnica y aroma del toreo más personal. Y dos medias marca de la casa, de las que descubren a los toreros de categoría. Pero a partir de ahí, ya la faena nunca tomó el vuelo esperado. El toro no acabó de embestir templado ni uniforme a la muleta. El castellonense estuvo afanoso pero su toreo no llegó a calar. Saludó una fuerte ovación.

Tremendo el susto en el recibo capotero frente al cierraplaza. Con la planta enterrada en la arena para torear a la verónica, se metió el toro por los adentros y arrolló al torero. El pitón entró por la pechera y la imagen desató la incertidumbre. Ya el torero en el suelo, el toro hizo por él propinándole una fuerte paliza. Se levantó Varea y no hubo mayores consecuencias. Poco pudo hacer el de Almassora después, ante un animal deslucido que no quiso tomar los engaños. Varea se justificó. Hizo todo cuanto pudo, incluso a veces saliéndose de su guión. Pero no logró levantar los ánimos del respetable.

El triunfador de la tarde fue David Mora, que cortó dos orejas y abrió la puerta grande. Se topó con el mejor toro de una deslucida corrida de La Palmosilla. Por su parte, Paco Ureña paseó un apéndice del sobrero.