Lógico, normal, tradicional, histórico, las calles del retorcido y urbano y, por qué no decirlo, casi ilegal trazado en el distrito de Montecarlo donde se corre porque a todo el mundo le interesa, porque medio ‘paddock’ tiene residencia monegasca y porque la F-1 es, fundamentalmente, eso, glamour, suelen igualar las prestaciones de coches y pilotos pues se trata de un trazado único, demasiado original como para que, simplemente, el poderío del motor Mercedes se convierta en la única base de ser el mejor y ganar. Cuenta, pero no tanto como en el resto de circuitos. En Mónaco, ni siquiera hay rectas y hay curvas donde, casi, casi, hay que parar el coche para girar.

En esas condiciones, en esas calles y más si, encima, llueve, todo es diferente. Por la mañana, en seco, los Mercedes del británico Lewis Hamilton (1.18.271) y del alemán Nico Rosberg (1.18.303), insultantes a lo largo de ese arranque de tempores, consiguieron liderar el entrenamiento y concluir con el mejor crono del día, ciertamente con sus perseguidores algo más cerca de lo habitual, pues el australiano Daniel Ricciardo (Red Bull, 1.18.506) y el español Fernando Alonso (Ferrari, 1.18.930) estuvieron más cerca que nunca.

Luego, al mediodía, cuando empezó la segunda sesión de entrenamientos empezó a chispear, a llover poco, muy poco, y la mayoría de equipos no quisieron arriesgarse. Como explicó Rosberg “no tiene ningún sentido salir a pista, no tiene ningún sentido arriesgarte a un accidente, no tanto por ti como por estrellar tu coche y tener que cambiarlo todo, y, sobre todo, porque corriendo en estas condiciones, que ni es lluvia ni es seco y que, además, sabes que no se van a reproducir ni sábado ni domingo, no aprendes nada y es mejor quedarse en el boxe”.

Quien sí salió a pista, demostrando seguir poseyendo unas ganas tremendas de mejorar, de dar pasos adelante, de ganar, fue Alonso, que hizo la mejor vuelta en esas condiciones (1.18.482), mejor incluso que su giro por la mañana y cerquita de los tiempos de la pareja de Mercedes.