El aspecto externo de la clóchina es pequeño, pero al abrir su concha esta está repleta de carne rosada. Su sabor es intenso y muy yodado. La época de recolección de este molusco comienza en el mes de mayo y se prolonga hasta finales de agosto. La clóchina se cosecha una sola vez al año, a diferencia de los mejillones gallegos, que se recogen todos los meses pese a que los mejores son los que se recolectan en los meses con R, cuando el agua está fría.

Este bivalvo es un producto de proximidad que se cultiva de forma tradicional y artesanal desde finales del siglo XIX, en 22 bateas o viveros del puerto de València.

Entre la luna llena de abril y la menguante de agosto es cuando el mejillón valenciano se convierte en referente en nuestras cocinas, por lo que los productos que se ofrecen fuera de este periodo no se consideran clóchinas.

Este fruto del Mediterráneo concentra la esencia del mar y se cotiza por encima de los mejillones gallegos y de San Carlos, cultivados de forma industrial. Así, las clóchinas son muy singulares frente a otros mejillones de diferentes procedencias.

La mejor forma para degustarla es abierta, al vapor o hervida con un poco de agua de mar. No puede faltar en paellas y otros guisos marineros, ya que enriquece los caldos siempre.

Saludable y poco calórica, apenas alcanza las 65 calorías por 100 gr. de producto sin concha. Es rica en vitaminas, calcio, hierro, magnesio, fósforo y omega3. La clóchina tiene poca grasa y un alto valor proteico, y es muy recomendable en la alimentación de niños, adultos y ancianos.

Al comprar este marisco, que cuenta con la Marca de Calidad de la Comunitat Valenciana, su valva debe estar cerrada o cerrarse al tocarla, ya que es señal que está vivo. Se puede conservar tres días en la nevera, limpio y cubierto por un trapo húmedo.