Originaria de África tropical, fue llevada por los españoles y portugueses al nuevo mundo, donde es cultivada masivamente. Por eso la creencia errónea de que la sandía fue traída por Colón cuando en realidad fue al revés. La sandía es la fruta por excelencia del verano y, quizá, la más refrescante que se puede encontrar durante esta época de calor en las fruterías de los mercados. Es ideal tomarla fresca, pero no demasiado helada, para disfrutar mejor de su sabor dulce. Tiene una textura crujiente, acuosa, porosa y muy jugosa.

Cuando tengamos que comprar una sabremos si está madura si la mancha de la piel que ha estado en contacto con el suelo es de color amarillo mantecoso. Una mancha blanca o verdosa indica que se recogió antes de tiempo, por lo que resultará insípida. Una buena técnica para saber si un fruto está maduro es darle unos golpes con los dedos o la palma de la mano y que se escuche hueco. Su piel no ha de presentar golpes o arañazos, quemaduras del sol, abrasiones y otros defectos. Si compramos una fraccionada debe asegurarse de que la pulpa es jugosa y firme.

Su corteza gruesa nos permite guardarla durante varios días a temperatura ambiente pero si la queremos conservar durante dos o tres semanas debemos mantenerla refrigerada sobre 8 grados. Al ser muy sensible al frío no debemos guardarla por debajo de esta temperatura adecuada.

Una alternativa sana

La sandía o aguamelón es la fruta que más agua contiene (93%) y su valor calórico es muy bajo, apenas 20 calorías por 100 gramos. Es una fruta que calma la sed, muy depurativa, ideal en dietas de adelgazamiento, su consumo produce sensación de saciedad y refuerza el sistema inmunológico. Su color rojo o rosado de la pulpa se debe a la presencia de sustancias con antioxidantes.

La sandía es un magnífico ingrediente en recetas de bebidas, sorbetes, helados y otros preparados de frutas. Es muy popular el gazpacho de sandía. Comerla sola, si es de buena calidad, es uno de los placeres más sanos que una persona puede darse.