Con tanta persistencia se anunció el estreno de Altered Carbon que no está de más decir que esta es, hasta nueva orden, la Sagrada Família de Netflix, no porque su arquitectura narrativa haya estado en manos de un genio como Antoni Gaudí, sino por lo excesivo, en el presupuesto y en las formas, y también en la ambición. Vista ya, ahí va un reflexión, como es obligado, sin revelar nada a los aún no iniciados.

Los 10 capítulos de Altered Carbon están basados en una de las primeras novelas de Richard Morgan, un autor londinense que pretende hacerse un hueco en el género ciberpunk. En esta ocasión, la distopía es el mundo del año 2384, en el que ese actual 1% de la población mundial que ya hoy acumula el 99% de las riquezas tiene acceso a la vida eterna. Les llaman Mats. Por Matusalem. Mala gente. El protagonista es Takeshi Kovacs, una suerte de Sam Spade reenfundado en un cuerpo que no es suyo, algo que será común, parece, en ese siglo XXIV. La trama es, como tan a menudo sucede en el ciberpunk desde el parto cinematográfico inicial de Blade Runner, cine negro policiaco salpimentado de tecnologías.

Marco Flaminio Rufo conoce a otros inmortales, entre ellos Homero, al que habría que admirar desde luego por las peripecias que imaginó para Ulises, pero Borges se pregunta si, dado que la vida es eterna, “lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea”. Borges es así. Es, en cierto modo, una readaptación de la tesis central de La Biblioteca de Babel, donde existen todos los libros posibles basados en las permutaciones de letras y signos de puntuación.

Pues esa es la cuestión. A Altered Carbon, medios no le han faltado. Desde el primer minuto resulta evidente. Si no es la serie más cara de la breve historia de Netflix, por ahí andará. Una Sagrada Família. Lo imposible, pues, parece que sea componer un guion que no esté a la altura de las circunstancias y, sin embargo, así es, parece hacerse contagiado del virus del cine palomitero y termina por echar mano de los recursos narrativos de la biblioteca de los lugares comunes, del volumen de los malos estereotipados.