Raúl Arévalo (Madrid, 1979) había conseguido una gran hazaña: dejar de fumar. Volvió hace dos meses. Cuestión de nervios, festivales y premios. La nicotina es lo único malo que le ha traído Tarde para la ira, el deslumbrante debut en la dirección con el que entra de pleno derecho en el reducido grupo de los cineastas a tener en cuenta. Eso es algo que ya sabían sus padres, cuando con 11 años cogió una cámara, un bote de tomate para simular sangre y rodó en su casa un corto, Superagente 000, con su hermana, su primo y un vecino como protagonistas. 27 años después, los miembros de la Academia del Cine se han puesto a sus pies, concediéndole el premio más noble de la industria española: el Goya a la mejor película.

Arévalo sigue teniendo muy presente su yo niño, un chaval que creció entre el colegio y el bar en Chamberí que regentan sus padres. Un chiquillo que se pasaba los veranos en un pueblo de Segovia, Martín Muñoz de las Posadas, «el mejor pueblo del mundo». Nacido en Móstoles (el sur obrero de Madrid) Arévalo tiene espíritu cañí. Almodóvar -con el que trabajó en Los amantes pasajeros- siempre le dice que es muy «lolailo». Esa vena castiza está reflejada en Tarde para la ira, protagonizada no solo por actores brillantes (Antonio de la Torre, Manolo Solo…), sino por bares grasientos y pueblos con solera. «Si quieres contar una historia, habla de lo que conoces», afirma una máxima del cine. Arévalo es inteligente y así lo ha hecho. Se ha ido a su terreno.

LA VIDA INESPERADA // El triunfador de los Goya (mejor dicho, uno de los dos triunfadores porque Un monstruo viene a verme, de J. A. Bayona, arrasó con 9 cabezones, entre ellos el de mejor director) es ahora un actor respetado y un prometedor director. Pero cuando escribió el guion de Tarde para la ira (hace bastantes años) no era nada de eso. Era un actor. Y ya.

Daniel Sánchez Arévalo le descubrió para AzulOscuroCasiNegro y después contó con él para La gran familia española y Gordos. La televisión también le fichó: Con el culo al aire, El tiempo entre costuras… Pero su gran oportunidad vino en el rodaje de La vida inesperada (2013), película producida por Beatriz Bodegas. A ella le comentó que tenía un guion en el cajón y que, de momento, ninguna tele privada lo quería apoyar económicamente. Bodegas -que montó por su cuenta La Canica Films tras años de trabajo en Sogecable y Warner- se lo leyó un domingo por la tarde, después de fregar todos los platos de la comida. Lo hizo del tirón y pensó que tenía entre las manos un peliculón. Productora y director empezaron a trabajar. Él, a pensar en el rodaje. Y ella, a pedir dinero a los bancos y a Televisión Española para sacar adelante la película. Hipotecó su casa. Decidió ir a por todas.

LA ISLA MÍNIMA

Mientras, y de forma paralela, Arévalo consiguió otra gran hazaña: que Alberto Rodríguez contara con él para La isla mínima, perfecto thriller que arrasó en los Goya del 2015 (10 cabezones) y le dio la oportunidad de demostrar su potente vena dramática. En los descansos del rodaje de La isla mínima, Arévalo no dejaba de dar la brasa con Tarde para la ira, contando todas las cosas que tenía en la mente. Y eso que el thriller de Rodríguez fue duro. Rodado en las marismas del Guadalquivir, en un terreno fangoso, con mareas, alejadísimo de todo, con temperaturas extremas y con un ejército de mosquitos (entre otros animales). Arévalo tuvo más de un dolor físico, tratado con extrema delicadeza por su compañera de reparto, Nerea Barros, que además de actriz es licenciada en Enfermería.

Una vez hecha realidad, Tarde para la ira fue seleccionada en el festival de Venecia. El equipo tuvo el primer subidón al ver la reacción del público. Después vino el estreno en España. La taquilla ha sido injusta. Entre copias y publicidad, la película ha costado dos millones de euros. Recaudar poco más de un millón hace que las cuentas no salgan. Bodegas, a pesar de todo, está pletórica. La cinta, que está disponible en Filmin.es, vuelve ahora a las salas aprovechando el tirón que ha tenido en de los Goya. Qué manera más bonita de celebrar el cumpleaños de Beatriz Bodegas, que, de forma muy coqueta, no desveló públicamente su edad. Una pista: no aparenta en absoluto los años que tiene. Vamos, ni de lejos.