La tortura conocida en inglés como ‘Waterboarding’, y cuyo uso y eficacia ha defendido el nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, se realiza poniendo al individuo en una tabla inclinada, con las piernas por encima de su cabeza, colocando un paño sobre su caray vertiéndole entonces agua continuamente sobre la tela para evitar respirar, simulando así el ahogamiento e induciéndole al pánico.

El proceso se lleva a cabo durante unos 40 segundos y se sabe que fue practicado en muchos más interrogatorios que los tres revelados por la CIA. Uno de ellos, Abu Zubaydah, un alto lugarteniente de Osama Bin Laden, dijo: «Traté sin éxito de respirar. Pensé que iba a morir. Perdí el control de mi orina». Pasó 83 veces por ello. Khalid Sheikh Mohammed, arquitecto del 11-S, 183.

En el 2005, el entonces directo de la CIA Porter. J. Goss lo describió como una "técnica pofesional de interrogatorio". Para los interrogadores, una de las ventajas de este método de tortura es que, a diferencia de otros, no deja marcas visibles en el interrogado.

TÉCNICA NO FIABLE

La técnica es devastadora para la víctima. Algunos miembros de la CIA que se sometieron a ella señalaron que solo aguantaron 14 segundos antes de pedir clemencia. Ese hecho ha llevado, incluso a antiguos mandos de la CIA como Bob Baer, a señalar que el resultado de un interrogatorio con esa técnica no es fiable ya que la persona está dispuesta a dar cualquier tipo de información, aunque no se acierta, con tal de que acabe.

Según John Sifton, e Human Rights Watch, la técnica de ahogamiento simulado "hace que la persona crea que la están matando y eso equivale a una ejecución ficticia, que es ilegal bajo la ley internacional".