Taiwán es aquel hombre invisible que asistía aterrorizado frente al espejo a la progresiva desaparición de sus miembros. Ayer perdió a El Salvador, el tercer país que abraza a China este año en un trasvase que los taiwaneses viven como una tragedia. Apenas una docena y media escasa de gobiernos se resisten aún a Pekín, empeñada en borrar la presencia taiwanesa del mapa.

La última fuga fue confirmada ayer por Joseph Wu, ministro de Exteriores de la isla, que explicó que El Salvador exigía ayuda económica y que Taipéi está «totalmente en contra de competir en la diplomacia del dólar con China». El presidente del pequeño país centroamericano, Salvador Sánchez Cerén, por su lado, confirmó el fin de los viejos vínculos diplomáticos con Taiwán mientras su ministro de Exteriores, Carlos Castaneda, firmaba los nuevos en Pekín. El relevo fue razonado por Castaneda en la pretensión de elevar el nivel de vida del país y procurar beneficios tangibles a su pueblo.

Es una dolorosa liturgia para Taiwán. De hecho, El Salvador es el quinto país que pierde desde que en el 2016 ganase las elecciones el Partido Democrático Progresista (PDP), de la presidenta Tsai Ing-wen, que propugna alejarse de Pekín. Solo mantiene a 17 países de peso mosca, casi todos en Latinoamérica y el Caribe.

La presión de Pekín se ha intensificado desde que Tsai irrumpió en escena. Y eso que no pertenece al ala dura de su partido, que exige la declaración formal de independencia contra la que Pekín ha advertido que usará la fuerza militar.

PODER BLANDO / Tsai ha prometido que mantendrá el statu quo, y propuestas como la expansión del poder blando de Taiwán en oenegés revelan su cautela y posibilismo. Pero también defiende el acercamiento «de Estado a Estado» y enfatiza la identidad taiwanesa más de lo que Pekín puede digerir. A China, el PDP le irrita sin remedio.

El reciente viaje de Tsai a Estados Unidos subrayó la tensión. Pekín acusó a Washington de pisarle el callo taiwanés después de que la presidenta fuera invitada a las instalaciones de la NASA, vetadas a los dirigentes chinos por miedo al espionaje. China reclama como suya la isla desde que los nacionalistas se refugiaran allí en 1949 tras la guerra civil contra los comunistas. Taipéi ocupó el asiento chino en la ONU hasta la visita de Richard Nixon en 1971.

La llamada isla rebelde es hoy un caso único en el escenario internacional. Pekín exige como requisito para las relaciones diplomáticas el reconocimiento del principio de una sola China. En ese limbo jurídico permanece Taiwán, con un gobierno soberano pero sin reconocimiento internacional. «Nos concentraremos en los países que comparten similares valores para luchar juntos contra el comportamiento internacional de China, cada vez más fuera de control», dijo Tsai. Taipéi esgrime hoy sus principios democráticos como argumento ante los gobiernos extranjeros. El cuadro actual convierte en suicida la falta de relaciones con la segunda economía del mundo e inminente primera.